Mañana, cuando termine la cuarentena, pisaré la calle y respiraré
hondo. El primer instante será extraño, sin duda, poder sentir la
libertad, cerrar el paréntesis y regresar a la vida, a la rutina,
deseada pero con cierto temor, como aquella vuelta al colegio de cuando
éramos niños.
Miraré los ojos a la gente, estoy aburrido de ver
coronillas desde el balcón, me sentaré en una terraza con unas bravas y
una cañita bien fría, iré al cine, cenaré fuera de casa, conduciré mi
coche y daré un paseo por la playa de la
Malvarrosa; también navegaré subido a la nave de las locas y volveré a
clase y al café de los jueves. Porque ahora, hasta lo más cotidiano me
suena excitante.
Y es que
al fin la vida sigue, por eso mañana, o cuando pueda ser, le daré un
beso a mi hija, que sigue aislada y sola en otra ciudad, a mi
sobrina-nieta que nació con la pandemia y aún no conozco; abrazaré a mis
amigos, y a mis hermanos, porque como dice el maestro Sabina: «los
abrazos virtuales son una mierda»; rodearé el barrio cogido de la mano
de mi mujer, compraré una rosa y visitare a mis padres y les diré que
estén tranquilos, que aquí abajo, todos, estamos bien.
Y tú, ¿qué harás mañana o cuando sea que termine la cuarentena?
Y tú, ¿qué harás mañana o cuando sea que termine la cuarentena?