Seguimos aquí
Me
recuerdo chiquitillo y frágil, atolondrao,
que decía mi madre, con las rodillas desolladas, cargadas de pupas de tanto
como me caía. Pero en verdad no era mi culpa, mi mente bullía de velocidad, de
ese ímpetu infantil por alcanzar lo que al resto de mis amigos apenas les
suponía esfuerzo.
Luego,
la realidad se giraba inexorable y me devolvía al suelo del que me tenía que
levantar una vez más, porque mi pierna, esa esmirriada y flacucha pierna
derecha que la polio me había dejado en herencia, nunca respondió con el vigor
que yo deseaba, y el resultado era inevitable. Mi cabeza se empeñaba en coronar unos castillos que mi
cuerpo jamás pudo subir.
Una
vez escuché que una idea escrita es una idea herida, y en eso pienso mientras mis
dedos corretean por las teclas del ordenador, en escribir sobre las heridas que
en el fondo nunca curaron, en sentir las palabras que un día me sanaron.