Os invito a leer un nuevo artículo. En esta ocasión está publicado en la web "El desván de Alejandro", de mi amigo Alejandro Piquero Serrano, al que quizás muchos recordaréis porque hace unas semanas escribí sobre él y sus numerosos proyectos.
En esta ocasión, y saliéndome un poco del tema habitual, hablo de cine. Cogiendo como hilo conductor la ceremonia de la entrega de los Oscar he querido bucear entre recuerdos con el cine de fondo, un tema que me apasiona. La corriente finalmente me lleva a la ganadora del Oscar de este año, la magnífica "La forma del agua".
En esta ocasión, y saliéndome un poco del tema habitual, hablo de cine. Cogiendo como hilo conductor la ceremonia de la entrega de los Oscar he querido bucear entre recuerdos con el cine de fondo, un tema que me apasiona. La corriente finalmente me lleva a la ganadora del Oscar de este año, la magnífica "La forma del agua".
Podéis leerlo en la web El desván de Alejandro:
http://eldesvandealejandro.com/2018/03/22/sonando-el-cine-la-forma-del-agua/Soñando el cine; la forma del agua
Recuerdo
hace años, cuando cada primer lunes de marzo me levantaba de madrugada, somnoliento
y expectante, y me sentaba frente al televisor para asistir a la Gala de los
Oscar.
Entonces
era todo un ritual para mí, algo necesario que me producía una especial
excitación cinéfila. Una sensación similar a la que sentía cada semana comprando
la Cartelera Turia, esa pequeña (de
tamaño) revista semanal valenciana con la que podría decirse que abrí los ojos
al mundo del cine, empapándome de las persuasivas, y a veces maniqueas,
críticas de los estrenos semanales o las sugerencias de las películas de reestreno,
como eufemísticamente se denominaba a las películas que llegaban a los cines de
barrio, con sus valoraciones numéricas (que siempre iban a misa) y esa pasión compartida
por Trufaut, Godard y el cine francés en general, por el genial barroquismo de Orson Welles o las estimulantes e
imaginativas intrigas de Alfred Hitchock;
también por el excitante surrealismo de Buñuel,
el naturalismo social de Bardém y Saura o el sugerente, y valencianísimo, sarcasmo
de Luis García Berlanga dentro del
cine patrio, tan necesarios e imprescindibles para nuestra cultura como
masacrados por la censura de un interminable régimen anclado en el pozo del
tiempo.
Que
la Turia calificara una película con un 4 o un 5, dándole el estatus de obra
maestra, aunque fuese de una potencia en cine como Liechtenstein, suponía una
peregrinación casi religiosa a la filmoteca o a la sala de Arte y Ensayo (aquellas
genuinas salas con nombres como Xerea,
Aula 7 o Acteón donde pasaban películas de culto o fuera de circuito
comercial), donde la echaran. Así, confiando en su erudita opinión cinéfila, en
mis años adolescentes y de tránsito a la madurez pude visionar verdaderas joyas
cinematográficas, pero también tragarme sesudos truños como pianos (no, no voy
a citar títulos ni nombres). La realidad es que la aportación cultural y
política, decididamente trasgresora y progresista (¡ay ese Turia dice…, ay esos Huevos de
Colón!) y su influencia cinéfila en mí, y estoy seguro que en parte de aquella
generación valenciana a la que pertenezco, fue enorme.
También,
como buen aficionado al cine que me consideraba, echaba a menudo mano de la
fresca y ligera, aunque siempre bien
informada Fotogramas y por supuesto de
los concienzudos y amplios análisis de la revista Dirigido por. Imprescindible esta última si se quería profundizar
en esto tan idílico y cargado de mitos que es el cine; o con la fugaz pero
excitante Casablanca, papeles de cine,
que dirigió Fernando Trueba.
Durante
años, visitar el kiosco para hacerme con la correspondiente publicación recién
salida de la imprenta fue más que un hábito, era una tradición (de Cartelera Turia, que ya va por los 54
años, tengo más de 1.000 números guardados, incluido el primer ejemplar de 1964).
Si a esto le sumamos que me hacía con todo libro sobre cine que encontraba en
librerías de viejo, se puede decir que leía más cine incluso del que podía ver.
En
mi memoria esta prendida la imagen de algún exultante actor más o menos famoso,
figurita dorada y puño en alto, largando edulcoradas dedicatorias familiares
mientras un titubeante traductor con acento anglosajón chapurreaba frases, casi
siempre inconexas, como buenamente podía a la lengua de Góngora (parece mentira
como han ido ganado esas traducciones instantáneas). Yo, estirado en el sofá,
café cargado y sobredosis de nicotina (entonces todavía fumaba, y mucho)
asentía a todo en nocturno silencio durante las más de cuatro horas que duraba
el espectáculo.
Al
principio, allá por mediados de los 80, lo disfrutaba en aquella TVE única, con
carta de ajuste de primerizos colorines y regusto a Cheers, La Bola de Cristal
o La Edad de Oro de Paloma Chamorro; después en Canal Plus, la pionera televisión de
pago con sus películas de estreno, de esas que todavía relucían de nuevas en los
videoclubs, y sus partidos de fútbol, codificados en siluetas mareantes y
borrosas, con ruido como de chapoteo sobre la que muchos se dejaron la vista
tratando de confirmar que equipo había marcado gol o identificar las escenas de
las películas, sobre todo las de los viernes por la noche, cuando aquellas
incipientes X televisivas inflamaban cual pelotas de tenis numerosas pupilas
hambrientas de ardores lujuriosos. Algunos, fumados de tanta raya, aseguraban
con total convencimiento que veían nítidamente todo el trajín que allí sucedía.
Después,
como mi economía no me permitía abonar las tasas del plus, me pasé a la radio.
La ceremonia de despertarme y pasar la noche en vela era la misma, solo que
ahora lo hacía encogido a la posición fetal, arrebujado dentro de la manta y con
el transistor marcando la oreja hasta el escocido. Luego, cuando ya amanecido
entregaban el Oscar a la mejor película y concluía el evento, yo me marchaba a
trabajar satisfecho (o no, dependiendo del ganador) pero con la legaña y el
sueño puesto ya para todo el día.
Hoy
sigo haciéndolo, aunque ya solo oigo el final. Reconozco, no sin cierta
vergüenza, que algo de pasión cinéfila he ido perdiendo por el camino. Esos
tiempos en los que me sabía al dedillo el director de casi cualquier película
ya van quedando algo lejos, casi tanto como la frescura de la propia memoria.
Pero el sosiego que me aporta el cine, el cosquilleo de sensaciones cuando la
música entra in-crescendo, abriendo los títulos de crédito al final de una de esas
películas que han sabido atravesarme la piel, solo es comparable al que siento
cuando la palabra fin rubrica alguna de las historias que tanto me cuesta
alumbrar. Todavía sueño el cine a través de las palabras.
Quizás
por eso me alegró que este año el Oscar a la mejor película se lo dieran a La forma del agua, esa historia de Guillermo del Toro que habla de
discapacitados y excluidos, de seres diferentes, de los perdedores de la
sociedad. Una fábula de intriga sensible y emocionante, mágica, en un ambiente
a veces opresivo y claustrofóbico pero envuelta de imágenes con un cierto
regusto como de otros tiempos y de un espectacular lenguaje visual que parece
flotar sobre nuestras retinas. Yo, apostaba por ella.
Es fácil
empatizar con esa chica muda y poco agraciada que cada noche se masturba en la
bañera antes de coger el rutinario autobús que la lleva a su trabajo de
limpiadora, fregando en un inquietante laboratorio ultrasecreto durante la
Guerra Fría. Pero ella no trasmite pesar por su suerte. Al contrario, sonríe
mucho, baila por los pasillos y lee frases positivas. Es feliz en su mundo, con
sus amigos, las dos únicas personas con las que se comunica a través del
lenguaje de signos: una compañera de trabajo negra que siempre anda pendiente
de ella y un viejo artista homosexual de asolada estrella al que se empeña en
cuidar.
Un
día, descubre el secreto que se esconde en las catacumbas del bunker: un hombre
anfibio recluido para experimentar con él. (Me encantó la poca disimulada
semejanza con la criatura de aquella joya de 1954 que era “La mujer y el monstruo”). Un extraño ser que es mucho más humano
que aquellos que le torturan. La curiosidad inicial da paso a la compasión y
finalmente a una delirante historia de amor; también de amistad desprendida
cuando ese grupo de marginados se propone salvarlo, perseguidos con saña
por el sádico agente Strickland.
El
resultado de esta película es un hermoso homenaje al cine, donde se habla del
calor entre seres diferentes, del sexo y la capacidad de amar en las
circunstancias más duras, con un final que alcanza dimensiones de verdadera
poesía cinematográfica.
Y
es que, desde mi punto de vista, La forma
del agua es cine, puro cine, del que marca recuerdos, como el que
verdaderamente nos hacía soñar de pequeñitos; el que siempre dejaba claro donde
estaban los buenos y donde los malos, un cine de ilusiones y deseos en el que
al final ganaban los buenos y que nos satisfacía porque no necesitábamos más.
Es cine de infancia trasladado a mensaje de hoy. La realidad del día a día ya
se encarga de dejarnos claro que la vida está sobrecargada de matices y de
grises, de detalles, y que en el mundo real casi siempre quienes ganan son los
malos.
Por mi
parte, hasta ahora consideraba que el mejor trabajo de Guillermo del Toro era El
Laberinto del Fauno, esa película enorme que me desgarra el corazón, y
probablemente lo siga siendo todavía, pero La
forma del agua está a su altura como poco y al menos salgo del cine no solo
satisfecho de haber visto una gran película, además salgo siendo feliz. Y eso,
hoy en día, ya es mucho.
Estoy casada con un cinéfilo. Sé de lo que hablas1 jeje. Sobre la película, la vimos en familia la semana pasada (fuimos con mis hijas) y me gustó mucho, auqnue siempre tiendo a ver algunos detalles que no me cierran del todo, pero eso es otro tema.
ResponderEliminarImpecable cronica. Me encantó leerla.
Un abrazo
Curiosamente nosotros también fuimos a verla en familia: mis dos hijas, mi mujer y yo.
EliminarTe entiendo perfectamente, ya sabemos que el cine es muy subjetivo y esta película ha tenido todo tipo de reacciones. Ha habido quienes les ha gustado mucho y a otros un poco menos, o que le han puesto algún reparo como comentas que te ha sucedido a tí. Pero supongo que es normal en una fábula de este tipo.
En fin, me alegro que te haya gustado y te agradezco mucho tu comentario.
Pásale mis saludos a tu marido.
Un fuerte abrazo