He decidido
coger la Handbike (una silla de ruedas a la que se le acopla una tercera rueda
con un motor eléctrico incorporado) y darme un garbeo sin rumbo definido y como
idea creativa. Hace ya mucho tiempo, años en realidad, que no paseo por el
simple placer de pasear, sin que haya un motivo al final del camino.
No hace tanto que dispongo de este carro y, sin saber bien por qué, me viene a la cabeza como algunos ponen nombre a sus coches, motos o vehículos en general como una manera de hacerlos suyos. Yo nunca lo he hecho. Quizás fue por pudor o porque jamás tuve la suficiente imaginación como para personalizar máquinas que tan solo me sirven para desplazarme de un sitio a otro.
Sin
pretenderlo le sigo dando vueltas a esa idiotez de pensamiento mientras culebreo
por el carril bici saliendo del barrio, me dejo llevar y pienso que igual
tampoco estaría mal bautizarla. Así pues la llamaré Marilyn. Me resulta
graciosa la diferencia entre esta máquina de color negro y el brillo de
Marilyn, su piel clara y su melena rubia. Me gusta el contraste entre mi
necesidad de esta silla eléctrica y el dogma de lo estético con la belleza que
ella representa. Además, me apetece rendirle ese homenaje a uno de mis mitos
cinéfilos, a la maravillosa Marilyn Monroe.
Sigo circulando.
La mañana es fresca pero agradable. Entiendo que la inspiración ha de salir de
la misma acción de caminar, del propio viaje, observar cuanto nos rodea, las
personas, los lugares, y tomar notas que en algún momento nos puedan atraer y
generar esbozos que llevar al teclado. Yo, reconozco, que siempre he sido de
sentarme a invocar las musas tanteándolas; a veces leyendo, viendo alguna
película o revisando mis propios escritos. ¡Cuántas pequeñas joyitas he
encontrado sepultadas entre mis viejas mediocridades! Nunca se me dio bien lo
de coger un lápiz y una libreta apostarme y ver pasar a la gente, poner la
oreja en el autobús o deambular buscando detalles en miradas que me
proporcionen el hilo de algún argumento. En realidad las mejores ideas suelen
llegarme a la hora de dormir, sea de noche o en alguna siesta, durante ese
intervalo de vigilia hasta que vence el sueño; también, y muy a menudo, jugosas
visiones me vienen en la ducha. Aunque luego, gran parte de esas imágenes se
cuelen por el desagüe o se pierdan entre duermevelas y la fase REM por no
escribirlas en el momento. ¡Demasiadas veces lo he lamentado!
Continúo mi
recorrido. Veo ojos expresando cierto ánimo, posiblemente sea por la bonita
mañana que luce o puede que el motivo esté en que las terrazas de las
cafeterías ya están abiertas. Muchos llenándolas y no todos con la
correspondiente mascarilla; las charlas distendidas y sencillas siempre
ilusionan y animan, más aun sabiendo de donde venimos. Más adelante paso junto
a la iglesia de San Vicente de la Roqueta de Valencia, y la alegría se me hiela
en el alma. Veo un grupo de personas apoyadas en la pared, esperando, la
mayoría jóvenes o de mediana edad, agarrados como en un salvavidas a sus carros
de compra, las miradas entre perdidas y esquivas. Es una de tantas colas del
hambre. Me paro en la distancia. Querría hacer una foto que pusiera documento
gráfico a ese drama que tantas veces veo en la televisión. Pero me da vergüenza
y no la hago. Incluso desde la distancia me reprimo. Me puede el respeto de
tantos ojos huidizos tras la mascarilla, la dignidad de quién lo ha perdido
todo. Noto como se me encoje el corazón y ni siquiera ahora, mientras escribo,
consigo sacármelo de la cabeza.
Llego hasta
la Plaza del Ayuntamiento, que es mi meta prevista. Desde que es peatonal da
gusto. En el balcón del ayuntamiento hay blusones colgando y una fallera se
hace fotos posando por varios lugares; en medio, junto a la fuente, una gran
mano blanca sostiene un pebetero encendido y, escrito en la base, un lema: #Tornarem.
Es desolador
vivir las fallas sin fallas. Y pienso que, aunque en mi espíritu nunca fui su
mayor defensor, sí que me entristece esta situación; por lo mucho que nos aleja
de la normalidad, por las ilusiones quebradas de quienes las esperan con ansia
cada año y, sobre todo, por la cantidad de gente que vive de la fiesta y ahora
integran ERTES o, quizás, las propias colas del hambre.
Y bueno, ya
regreso a casa. No sé si todo esto me debería inspirar para escribir. Me da que
lo que he plasmado han sido más pensamientos y descripción que vivencias No sé,
tendré que darle una vuelta, pero el camino, esta cita con el artista, la he
disfrutado de verdad.
Una situación que está durando mucho, pero se ve el final del túnel.
ResponderEliminarPor esos paseos por la ciudad. Un abrazo
Eso es lo que esperamos todos, Albada, que esté próxima la luz al final del túnel y poder pasear por la ciudad con libertad, esa libertad de la buena y verdadera. Esta pesadilla ya dura demasiado.
EliminarGracias y un abrazo.
En mi casa le ponemos nombre a todo, hasta al ascensor, que se llama Mildred =). La vida hay que tomarla como promesa dispuesta a ser cumplida si uno se dispone bien. Me alegra que te hayas lanzado a esa pequeña aventura. Un abrazo
ResponderEliminarPoner nombre a los objetos más cotidianos con los que nos rodeamos parece que los acerque un poco más a nosotros. Yo, como digo, nunca he tenido costumbre, pero supongo que nunca es tarde.
EliminarGracias, Monica, y un abrazo.
Qeu bonita excursión que has hecho a bordo de tu Marylin. seguro que te has sentido libre como una paloma. Como cuando estas en casa confinado por una u otra razón, el dia que pisas la calle gozas un montón y mira de paso te ha salido una muy buena entrada. Saludos cariñosos,amigo José Vicente
ResponderEliminarGracias Montserrat. Realmente es todo un placer volver a encontrarte en un comentario. En los últimos años estoy demasiado alejado de este mundo de los blogs, ya apenas subo de vez en cuando alguna entrada y hasta he perdido la costumbre de visitar a los viejos amigos. En verdad que muchas veces os hecho de menos.
EliminarUn abrazo grande, querida amiga, y espero de corazón que estéis bien, tú y tu familia.