Las
rampas del autobús, las escaleras del metro, los continuos hándicaps a los que
deben enfrentarse diariamente las personas con movilidad reducida para
desplazarse por las ciudades. Tan de actualidad por el suceso ocurrido hace
tres días en San Sebastián, y en el que tres usuarios en sillas de ruedas se
quedaron con sus billetes de tren en tierra por la avería de esa rampa, con la
amenaza además de Renfe de denunciarles por el retraso, en un nuevo ejemplo denigrante
y vergonzoso.
No lo cito en el texto porque el artículo ya estaba entregado cuando tuve conocimiento, pero realmente da igual, practicamente no hay día que no sucedan hechos similares.
No lo cito en el texto porque el artículo ya estaba entregado cuando tuve conocimiento, pero realmente da igual, practicamente no hay día que no sucedan hechos similares.
Como
siempre podéis leer este artículo en la columna de opinión del diario digital
desde este enlace:
O
también en las lineas que siguen a continuación.
Espero
que os parezca interesante.
Las ciudades desean
humanizarse, y en esa labor desempeña un papel fundamental que exista una buena
red de transportes. En la actualidad son los ancianos, los que portan carros de
bebés y las personas con movilidad reducida quienes utilizan con mayor
asiduidad el autobús, casi diría que son mayoría, propiciado por su cercanía,
por la extensa red distribuida en toda la ciudad y también por la facilidad
que, al menos en Valencia, proporciona el “Bono Oro”.
En contraposición está el
metro, que lo utiliza mayoritariamente gente joven. Sus accesos son enormemente
más complicados para quienes tenemos dificultad para movernos. —Esas
interminables escalinatas y los insufribles ascensores que fallan más que las
escopetas de feria.
Es difícil quitarse de la
cabeza el episodio del niño de seis años en silla de ruedas, al que los
empleados del metro negaron ayuda para bajar las escaleras estando el ascensor
averiado, replicando a su tía que fueran hasta la siguiente parada, ¡en un día de
lluvia! Me indigna solo pensarlo, yo también he sufrido la avería durante
semanas de esos montacargas. Y sobre todo me enoja que la dirección de FGV les dé
la razón argumentando que no es su cometido. ¿Dónde quedó la solidaridad y la
empatía? ¿Por qué no existe un protocolo para casos como este? Y es que no lo
olvidemos, este suceso saltó a los medios por la denuncia de la mujer, pero
¿Cuántos quedan ocultos en el silencio de la impotencia?
En general el bus en
Valencia es cercano y llega mejor y a muchos más sitios, por eso en ocasiones estaría
bien preguntarse qué pasaría si algunos autobuses circularan con los espejos
retrovisores colgando, los asideros rotos o las puertas de acceso bloqueadas,
impidiendo una correcta entrada y salida. Sin duda sería impensable, e incluso
negligente, un autobús urbano debe de cumplir con unas normas de seguridad, comodidad
y accesibilidad para circular con garantías por las calles, en esto todos
estaríamos de acuerdo; entonces ¿por qué se consiente que esos mismos vehículos
salgan de las cocheras con el elevador de silla de ruedas averiado?
Es habitual escuchar la advertencia
del conductor indicando que la rampa de acceso no funciona cuando en una parada
alguien necesita usarla, sugiriendo esperar al siguiente. Hace escasos días fui
testigo de cómo un hombre subía a un anciano levantando forzadamente las ruedas
de la silla para salvar la altura de la acera al bus, exasperado, después de
que, según dijo: “es el tercer autobús
que pasa con la rampa estropeada”. Este hombre, incitado por su enfado, se
empeñó y subió, pero ¿y si no tienes quien te empuje o si conduces una silla
eléctrica? Evidentemente es imposible, y por eso casi siempre no queda otra que
resignarte; ahí te quedas, convertido en un ciudadano de segunda, sorbiéndote
la rabia por otra maldita nueva condena a la que estás abocado.
Una amiga, Isabel, después
de esperar su autobús durante veinte minutos, se encontró con que el conductor
se marchó sin sacar la plataforma para que ella pudiera acceder; así, sin
explicaciones. Un colega que allí esperaba el cambio de turno le comentó que no
tenían obligación de abrirla, que no lo exige el reglamento; algo que no es
verdad. La ordenanza en vigor, de 2005, dice en el artículo 19.3 que: “Únicamente podrán viajar al mismo tiempo en el autobús un número total de
sillas de ruedas que no supere el de cinturones o enganches de seguridad
especiales de los que para ellas esté dotado el autobús en cuestión”. Nada especifica
que sea el conductor quien decida, salvo que ya estén ocupados esos enganches, algo
que parece ser no sucedía.
Delicado sería
que fuesen los conductores quienes arbitrariamente determinasen los que suban y
los que no sin un motivo poderoso. Estoy seguro que todos hemos vivido la
ingrata experiencia de correr hacia alguno con la mano en alto y que cuando
estamos a su altura el autobús salga corriendo como alma que lleva el diablo
dejándonos en tierra, jadeantes y con cara de panocha, vislumbrando una ligera
mueca a través de los ojos chispeantes de quien lleva un mal día.
Ambos casos,
que no funcione la rampa o que quien maneja tenga demasiada prisa, quizás
porque debe cumplir un horario, son demasiado habituales. Pero por uno u otro
motivo, quienes de verdad terminan por comerse el berrinche junto a la doliente
sensación de hachazo a su consideración como ciudadanos siempre son ellos, las personas
con discapacidad.
Pero la realidad dicta que
en esto, como en la vida, hay de todo. Un conductor en París ha desalojado su
autobús al completo porque nadie se movía un milímetro para que pudiera entrar
un hombre en silla de ruedas (y sí, soy consciente de que elogiar este hecho
contradice lo escrito antes de que un conductor tenga esos privilegios, pero es
que proteger la dignidad de un ser humano sí que me parece un motivo poderoso).
También yo mismo vi hace poco como un chofer advertía a voz en alto que “Esta mujer tiene que sentarse sí o sí”.
La mujer, de origen subsahariano, estaba embarazada. Aplaudo estas actitudes y las
de esos profesionales que esperan unos segundos a que llegues, cojeando o no, sosegando
después tú falta de resuello con una sonrisa. Estas sí que son actitudes que se
dan a diario, porque al final todo deriva hacia una cuestión de nobleza humana.
Y por eso este escrito que
exige compresión, que lo que pretende es aportar un simple granito de arena en
la concienciación de que las personas con movilidad reducida o con impedimentos
para caminar también tienen derecho a ser respetadas en sus desplazamientos, al
igual que en sus propias vidas. El tiempo es el mismo para todos, e igual de
valioso e importante.
Y como colofón, la
peatonalización del centro de Valencia. “Humanizar la ciudad” prohibiendo el
paso de vehículos por determinadas calles del centro. Esta medida, que
personalmente alabo por ecológica, debería, creo, excluir el transporte público.
Sin él, acceder al centro convierte en laaaargos paseos para llegar a los
sitios a quienes tenemos dificultad para desplazarnos. Las paradas quedarán muy
lejos. Cocemfe-Valencia ya lo ha denunciado, y creo que tienen razón, con estas
medidas no piensan en nosotros, quienes andamos con dificultad, porque Valencia
tiene una deficitaria red de metro por determinadas partes del centro de la
ciudad.
No son capaces de imaginar
quienes tienen unas piernas fuertes y sanas el suplicio que suponen esos
cientos de metros de más.
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Es absolutamente indignante, tercermundista, me quedo sin palabras, y las que me salen, mejor me las callo... :(
ResponderEliminarSalud
Da mucha rabia a veces ver ciertas actitudes.
ResponderEliminarGracias Genin y un abrazo.