viernes, 25 de noviembre de 2022

25N Día contra la Violencia hacia las Mujeres

 


Hoy es 25 de noviembre, día contra la violencia de género hacia las mujeres, una lacra que también nos incumbe a nosotros, los hombres.
Yo quiero acordarme de las «otras» mujeres que en muchos casos también sufren una discriminación y violencia silenciada, las mujeres con discapacidad. Os comparto este epílogo extraído de «El verano de Elisa».
 
 
Una sociedad no puede darse por integrada ni completa mientras siga existiendo esa lacra denigrante y cruel que es la violencia de género contra las mujeres. Insoportable el incesante conteo de mujeres asesinadas por sus propias parejas o exparejas. Pero estos casos extremos son solo la punta del iceberg de un drama cotidiano y real, porque tras las paredes de muchos hogares queda silenciado ese continuo menoscabo de la dignidad, las humillaciones o agresiones de un machismo rancio transformado en necesidad de posesión y poder al que se ven sometidas muchas de ellas.
 
Aun así, conociendo que las mujeres en general están en inferioridad en cuanto a igualdad y derechos, soportando discriminación y maltrato, son las que sufren algún tipo de discapacidad, sea física o psíquica, quienes lo viven con mayor dureza. Están claramente en el umbral de la invisibilidad. Son como el último eslabón de la sociedad, mujeres especialmente vulnerables, pero que apenas cuentan en la información diaria o los balances sobre violencia machista de los medios públicos.
 
Es el concepto de doble discriminación: ser mujer y discapacitada, que podría ampliarse a una triple exclusión, mujer, discapacitada y migrante.
 
La mayoría de las mujeres con diversidad funcional apenas disponen de recursos para afrontar una vida libre y digna, sin trabajo ni medios económicos, rayando la pobreza o directamente sobreviviendo en ella, dependiendo física y materialmente de quienes las rodean, muchas veces sus propios maltratadores, por lo que reclamar ayuda se hace casi imposible.
 
Porque, sí, además de las violaciones y golpes, también es violencia de género el abandono en que se encuentran muchas de estas mujeres con grandes limitaciones físicas, psíquicas o sensoriales por parte de sus propias familias (también de la sociedad).
 
Es la sumisión económica y el chantaje emocional, ese «castigo» tan frecuente de privar la ayuda de acceso al baño o al aseo personal a mujeres (también hombres) con gran dependencia; pasar días enteros encerradas en casa, sentadas en sus sillas de ruedas, sin pisar la calle y sin apenas ver la luz del sol.
 
Son los desahucios, que en su mayor parte tienen como víctimas a mujeres con discapacidad, o bien esa discapacidad la sufren alguno de los hijos o familiares, que inevitablemente siempre quedan a su cargo. La pobreza derivada de exiguas pensiones no contributivas que las obligan a malvivir.
Es la humillación estigmatizada y asumida de modo general, frases instaladas en la propia memoria, oídas desde la misma infancia: «¡pobrecita, qué pena!» o «¡quién te va a querer a ti, así como estás!», que se quedan clavadas en el alma, anulando su feminidad, descastándolas como mujeres, generadoras de traumas con los que han de convivir el resto de su vida.
 
Y es el aislamiento sexual. Pareciera que estas mujeres no tuvieran sexo o que fueran incapaces de gozar. Pero una mujer con discapacidad tiene las mismas inquietudes, idénticas apetencias a las de cualquier otra persona. Necesitan ser amadas y gozar de ese amor lo mismo que el resto de los mortales.
 
Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer en España de 2019, el 20,7 % de las mujeres con discapacidad igual o superior al 33 % ha sufrido violencia física o sexual de alguna pareja; mientras que el 17,5 % afirma que la discapacidad que sufren es consecuencia de la propia violencia de sus parejas.
 
El 4,7 % de las mujeres con diversidad funcional reconocen haber sido violadas por una persona distinta de su pareja o expareja.
 
Los datos, tantas veces fríos, son tan clarificadores como aproximativos; la auténtica realidad aparece envuelta en el silencio de lo que no se quiere ver, escondida tras las paredes, puertas y ventanas de una sociedad que prefiere ignorar antes que abrir los ojos a una verdad que existe, tantas mujeres con la huella de la discapacidad que desearían gritar su soledad y su miedo, pero a las que rara vez se les da voz.
 
Mostrarla era uno de los objetivos de esta historia, «El verano de Elisa». Por eso, esta novela, con mi solidaridad y mi cariño, va dedicada especialmente a ellas, a todas las mujeres que, a pesar de los golpes y de tener la vida en contra, son capaces de levantarse una y mil veces.
 
016, llama y pide ayuda. No estás sola.

6 comentarios:

  1. Pese a lo que podemos pensar, falta mucho por andar en esto de tomar conciencia en cuanto a la discriminación y la violencia, sea en contra de quien sea. En buena hora que estemos abriendo las conciencias. Gracias por el granito de arena que aportas en esta entrada. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que queda mucho por hacer, Mónica. No hay día que no sea noticia en los informativos que alguna mujer ha sido maltratada o asesinada. Demasiadas veces, y simplemente por el hecho de ser mujer. Es una lacra social insostenible con la que hay que acabar.
      Un abrazo y gracias

      Eliminar
  2. Pobreza, discapacidad y maltrato. Tres condiciones que muchas personas, no solo mujeres, tienen que soportar en la oscuridad de la indiferencia o desconocimiento de la sociedad.
    Un tema demasiado doloroso que a mí me rebasa y ya no me siento en condiciones de acercarme a una más de esas historias, porque esas historias llegan a mí todos los días y aunque quiera no puedo resolverlas.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es un tema difícil de atajar, Sara, bien lo sabemos, pero en lo posible hay que seguir denunciando que existe. Yo al menos quiero seguir haciéndolo siempe que pueda. La pobreza y la discapacidad es un problema que afecta a todas las personas por igual, el maltrato ya es una condicionamiento que se da en exclusiva hacia las mujeres por el hecho de serlo y eso es lo deleznable.
      Pobreza, discapacidad y violencia machista, un triángulo que marca la vida de muchas mujeres y a los que una sociedad decente debería de poner remedio como algo urgente y necesario.
      Gracias Sara, y un abrazo.

      Eliminar
  3. No sé cómo se ataja esa lacra, pero hay que seguir luchando porque el machismo mata, así de simple.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así pienso yo también Albada, creo que existe un machismo que mata y hay que luchar para que cambie. Eso solo podrá hacerse con la educación y el fomento del respeto hacia las personas.
      Yo, en este texto que pone epílogo final a la novela El verano de Elisa, me he querido centrar en la violencia de género que sufren las mujeres con discapacidad, simplemente porque creo que, de todas, son las más vulnerables.
      Gracias por tu opinión y un abrazo.

      Eliminar