Batman salió de la bat-cueva disfrazado de Bruce Wayne. El sol le cegó; hacía tiempo que la noche se marchitó en Ghotam. Un dron volaba discreto sobre su cabeza.
De un salto esquivó al Jocker pedaleando veloz, su boca pintaba una mueca
triste, de su espalda colgaba una mochila de Glovo. Vio también al Pingüino vendiendo bolsos alineados en una
manta, a Catwoman danzando el paso a los viandantes y a Robin repartiendo
propaganda de una pizzería.
Echaba de menos toda aquella acción, la bat-señal amontonada en un trastero, el bat-móvil que nunca pasaba la ITV
—Contamina demasiado —decían.
Algo llamó entonces su atención: un hombre tiraba del bolso de una mujer.
No lo podía consentir. Se colocó la
máscara de murciélago y con una de sus presas redujo al malhechor,
dictándole la vieja soflama sobre la ley y el orden…, hasta que sintió un
traicionero golpe en la cabeza.
—Es mi marido, idiota —le increpó la mujer.
Batman quedó desorientado. A su lado apareció Alfred, su fiel sirviente,
con el dedo señalaba el cielo, oscurecido por cientos de drones amenazadores.
—Vámonos a casa, señor Wayne —le susurró—, ya nadie cree en los
superhéroes.
Parece haber sido una experiencia muy positiva. Tu microrrelato es muy sugestivo. En este tiempo de crudo pragmatismo, ni quedan huecos para héroes ni romanticismo. Un abrazo
ResponderEliminarAsí es, Mónica. Llevamos varios años en las clases de creación literaria, pero es la primera vez que se organiza una exposición así. Estuvo muy bien.
EliminarDe eso se trataba el micro, cada vez hay menos espacio para ideales románticos, ya todo está demasiado medido. Un abrazo y gracias.
Ese final del curso es apoteósica, muy buena iniciativa de cierre.
ResponderEliminarSin duda, un buen texto el tuyo. Un abrazo
Muchas gracias, Albada, me alegro que te haya gustado el micro.
ResponderEliminarComo puedes comprobar, la exposición fue encantadora.
Un abrazo.