Una reflexión sobre el mundo dis-capacitado.
Como siempre este artículo lo podéis leer desde este enlace al diario digital esdiario/Comunidad Valenciana o a continuación, en las lineas que siguen:
Espero que os parezca interesante.
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Mundo dis - capacitado
El mundo es un lugar diverso, como lo somos los seres humanos.
Diversos en nuestra manera de gesticular y de hablar, en nuestros
pensamientos e ideas, el modo en que las gestionamos, de comportarnos e
interpretar, de movernos y de obrar.
También somos diversos en nuestra capacidad, no
todos poseemos la misma inteligencia ni las mismas habilidades. Estamos
preparados para unas cosas y no para otras. Es el tiempo, la educación y
la madurez quienes nos permiten adquirir valores y cualidades que nos
ayudan a crecer y desarrollarnos en nuestro medio, tan solo depende de
las propias características físicas y/o mentales, es cuestión de
conocernos y encontrarlas, aprender a sacarnos el provecho necesario.
Porque cada uno tenemos aptitudes diferentes que nos acompañan a lo largo del camino de nuestra vida.
Las personas con discapacidad no lo son por el hecho de ser menos
capaces, como podría interpretarse de la palabra, sino porque su
capacidad es inherente también a sus condiciones físicas o
intelectuales. Todas las personas somos igual de válidas, solo tenemos características y facultades diferentes.
Afortunadamente atrás quedaron sentencias coloquiales y vergonzantes de tiempos viejos como “subnormal”
(y sí, hubo épocas donde en los certificados que se expedían venía
sellada esa palabra inmoral para cualquiera que fuera diferente,
incluidas afecciones físicas como la poliomielitis), también se van
quedando en la senda de la ignominia aquellos “inválido” o “disminuido”
entre otras lindezas lingüísticas. Aunque no tanto ni tan deprisa como
debiera.
Todavía se escucha con demasiada frecuencia ese “minusválido” rayano a
la humillación que sigue presente en la mayoría de las conversaciones,
en innumerables medios de comunicación y serigrafiado en lugares
públicos como aparcamientos, colegios, etc.
Las palabras que definen y nombran, apostar por un lenguaje inclusivo, es importante para la normalización.
Personalmente, aunque no me importe la denominación de “personas con
capacidades diferentes, o diversas”, me parece más apropiado el término “personas con discapacidad”. Aunque en esto, como en tantas otras cosas, hay opiniones. Todas igual de respetables.
Pero en todo caso es igualmente importante que la persona vaya siempre delante del detalle que la diferencia.
El pasado tres de diciembre se celebró el Día internacional de las
Personas con Discapacidad, que como la mayoría de los días asignados por
Naciones Unidas, debe ser de reivindicación y conciencia. La de
reclamar atención y exigir visibilidad. Es una obligación de las
sociedades democráticas y justas cuidar y proteger los derechos de
quienes lo tienen más difícil para desarrollarse en la vida, y que en la
mayoría de las ocasiones coincide además con que sufren algún tipo de
discapacidad.
Es necesario recalcar que hay muchos tipos de discapacidad,
y que cada una tiene sus propias características y necesidades a la
hora de encontrar modos de adaptación y sociabilidad. Nunca pueden ser
las mismas circunstancias para un ciego, un sordo, un cojo o un síndrome
de Dawn, incluso en muchas ocasiones colisionan en intereses. Buscar
soluciones de inserción para todos ellos es labor de la sociedad y sus
legisladores. Incluidos los propios afectados.
La deficiente accesibilidad, tantas barreras arquitectónicas como aún
existen en lugares públicos y privados, así como en transportes y
lugares de ocio; la soledad de ancianos y dependientes, las pensiones
exiguas que casi nunca dan para sobrevivir mínimamente, una pobreza a la
que acaban abocados casi sin remedio; los desahucios, la mayoría sobre
niños y mujeres, porque ellas siempre están a la cabeza de las ilusiones
rotas; el desempleo, o en su caso los empleos precarios y mal pagados,
esos Centros Especiales de Empleo que en muchas ocasiones son como
guetos para subcontratas de terceros y pagados a salarios mínimos,
trabajos de frágil duración y escasa preparación con las que algunas
empresas sacan rédito de las exenciones y ayudas económicas por
contratar personas con discapacidad.
Porque todos, sin distinción, tienen derecho a que
se les escuche y se les atienda, a poder ser independientes y participar
de forma activa en la sociedad, a disfrutar de un techo y a vivir con
dignidad y los medios económicos adecuados, a una educación igualitaria y
de calidad, a que se les tenga en cuenta y a que se investigue sobre
sus dolencias, tantas veces minoritarias y raras. Las personas con
discapacidad tienen derecho, por supuesto, a que se les valore como los
seres humanos que son.
Todo esto, que parece tan obvio, no es lo ocurre hoy, lo podemos ver, escuchar y sentir cada día en la vida real.
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