Un asunto fundamental que sigue de plena actualidad, las manifestaciones
que están llenando las calles reclamando una subida digna y estable de
las pensiones. Yo, he querido aportar mi voz en forma de artículo de
opinión en el diario digital.
Como siempre podéis leer este artículo: Pensionistas en la calle, en la columna del diario digital o a continuación aquí en el blog.
Desde hace algunas semanas vamos asistiendo a como los
pensionistas están movilizándose en las calles de modo masivo, y lo hacen como
protesta contra la revalorización del 0,25% establecida por el gobierno para las
pensiones de 2018; el mismo porcentaje que viene aplicando desde hace ya cinco
años. Visto el ambiente social, estas protestas parecían algo esperable desde
hace tiempo.
Después de todo cuanto hemos pasado, esos años duros
en los que se rescataban con miles de millones de euros bancos, autopistas y
hasta la plataforma Castor en lugar de a personas, de que se les aplicaran
amnistías fiscales a los evasores de impuestos en vez de llevarles a juicio y
que se despilfarrara el dinero público en derroches absurdos y proyectos
faraónicos, la mayoría de ellos fiascos sin sentido que únicamente buscaban el
enriquecimiento propio del político de turno. Después, en suma, de casi haber
quebrado las finanzas del país y de haber empobrecido a la gente, ahora que tras
casi diez años de recesión por fin «España
va como un tiro, creciendo a una media del 3%, muy por encima del resto de
Europa», según se encarga el propio gobierno de vendernos a diario con
aires triunfalistas, que las pensiones (también los salarios) sigan metidas en
el congelador, perdiendo poder adquisitivo con el IPC y la continua subida de
precios, casi parece una broma de dudoso gusto.
Es curioso el continuo cambio de criterio del
Presidente del Gobierno y de sus ministros ante este asunto. Hasta hace poco Mariano
Rajoy afirmaba que: «Es fácil pedir que
se suban las pensiones, pero si luego no hay recursos para ello, estaremos
tomándole el pelo a la gente»; también
Mª Dolores de Cospedal, Secretaria General del Partido Popular y Ministra
de Defensa, confirmaba por si no nos habíamos dado cuenta que: «el dinero no nace de los árboles». Por
eso, según decían, no había ninguna posibilidad de subirlas.
Comenzaron a inquietarse un tanto cuando se iniciaron
las movilizaciones y abrieron un poco la mano. Se anunció que las pensiones más
bajas y algunas de viudedad se mejorarían. No así el resto.
Pero las concentraciones y protestas no se detuvieron,
muy al contrario, se incrementaron, aumentando notablemente el número de
ciudades y de asistentes; de hecho todavía continúan. Las encuestas empezaron a
darle la espalda al Partido Popular y entraron en pánico. Perder el voto de los
mayores, siempre tan fiel hacia ellos, se convirtió en un grave dolor de muelas
para el partido de la gaviota.
De repente, se hizo el milagro y el dinero pareció brotar.
No se sabe si de un árbol o de alguna fuente, pero emergió. Tras llegar a un
acuerdo con el PNV (con lo que se garantizan su apoyo a los Presupuestos
Generales de este año) anunciaron que se subirían todas las pensiones un 3%.
Eso sí, solo para este año y el que viene (que es año de elecciones). Algún
malpensado podría pensar que se legisla no con el corazón puesto en el
ciudadano sino con la vista en el voto de los electores.
Creo que las pensiones no deberían ser moneda de
cambio ni servir jamás como arma electoral.
Lo único que parece seguro es que a partir de 2020 ha
de entrar en vigor la Ley de Sostenibilidad aprobada por el PP en solitario en
2013 con su entonces mayoría absoluta, ignorando el Pacto de Toledo, y en el
que a los nuevos y a los actuales pensionistas se les va a aplicar un
factor de reducción de la pensión, además a revisar cada poco según su
esperanza de vida. Cuanto más se viva menos se cobra, lo que augura una enorme precariedad para el futuro.
Basta echar un vistazo alrededor para darse cuenta que
para la clase media y trabajadora estamos bastante peor que al comienzo de la
crisis de 2008, y lo malo de todo es que alcanzar parecidos niveles de progreso
tiene visos de ser improbable, al menos en mucho tiempo. Lo que es indudable,
según el criterio de la mayor parte de economistas, es que el excesivo paro, los
sueldos bajos a los que se han visto sometidos los trabajadores y la
precariedad en los empleos, hace imposible que pueda haber pensiones dignas; ni
ahora ni en el futuro.
En definitiva, hay que proteger las pensiones y
ajustarlas al entorno económico y social de una manera seria y real. Es verdad
que son un tema sensible y problemático, pero visto lo visto parece que nunca
hay dinero para lo que debería ser lo esencial. Vivir con dignidad. Son muchas
las personas, unidas a las familias, que subsisten en base a una pensión,
ayudando como pueden a hijos en desempleo o con trabajos eventuales de esos tan
habituales hoy, los que apenas duran unos días e incluso unas pocas horas.
Contratos indecentes con sueldos bochornosos que no dan para crear un futuro y
menos para armar una vida.
La realidad, según es fácil de palpar, es que lo que
hoy existen son trabajos y sueldos precarios como también existen colectivos de
pensionistas precarios:
Son las pensiones de viudedad, las de esas mujeres que
llevan toda la vida trabajando como mulas en su labor paciente y callada de
amas de casa, porque las circunstancias heredadas e implantadas en este país así
lo dictaban, pero que ahora no tienen derecho a prestación alguna y sí en
muchos casos a míseras pagas de 300 o 400 euros.
También son las pensiones no contributivas de una gran
cantidad de personas con funcionalidad diversa que por su discapacidad apenas
han podido desempeñar un trabajo o no han cotizado, y que en muchos casos son dependientes.
La penosa aplicación de la Ley de Dependencia es otra historia igualmente
triste y vergonzosa.
Y son las pensiones por incapacidad total, esas que se
conceden con una asignación del 55% del salario que se percibía mientras
trabajaba. A mitad ingresos, doble penuria. Se supone que el resto del salario se
debe completar con otro trabajo, pero ¿qué trabajo? Cuando rondando los 50 años
de edad, ya sea por un accidente, por enfermedad o por el repentino agravamiento
de una afección crónica anterior no puedes seguir ejerciendo el trabajo al que
le has dedicado veinte o treinta años ¿a qué te dedicas?¿quién te contrata?¿cómo
se empieza de cero? He conocido gran cantidad de personas acudiendo a
innumerables cursos de formación, buscando integrarse con su nueva situación de
discapacidad. Nadie quiere depender de una paga escasa que apenas da para vivir
y sí que desea con toda el alma seguir siendo útil. No verse un “minusválido”. Pero
pocos lo consiguen. Nadie contrata a esas edades y sin ninguna experiencia. El
Sistema tampoco ayuda, allá te apañes con tu nueva vida. Al final, no queda más
remedio que sobreponerse a la depresión que suele acompañar ese nuevo escenario,
el del sentir amargo de que ya no vales para nada, sobrevivir, adaptarte a esa
media pensión y esforzarte al máximo en sacar a tu familia adelante.
Todos estos son escenarios que viven gran parte de los
pensionistas a diario. Por eso, los jubilados ý discapacitados están en la
calle por unas pensiones dignas y estables y porque las pensiones deberían
estar protegidas y blindadas por la Constitución. Ahí debemos estar todos,
incluidos los jóvenes por su futuro, apoyando.
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