
Acompañando a la entrada que he realizado en su página de
Facebook, quiero compartir también por mi blog entrañable el extracto con el que comienza la novela "Sueños de escayola".
Pero
sobre todo quiero que me sirva de excusa para agradecer de corazón a
todos por la extraordinaria expectativa que ha generado el anuncio de su
publicación. Ni en sueños lo hubiera imaginado. Especialmente a los colectivos y personas afectadas en su
día por la poliomielitis. Todos se han mostrado interesadísimos en la novela, y esto demuestra claramente la
desolación de reportajes, publicaciones, relatos, artículos, información, el silencio
cómplice, en suma, que parece haber en torno a un problema que parece
que ya es de otro tiempo, pero que las secuelas tardías de la polio, y
entre ellas el Síndrome Post-Polio han demostrado que todavía forma
parte de una dura realidad. Nosotros somos esa realidad.
Han pasado muchos años, pero
la inevitable bruma que produce el paso del tiempo sobre los recuerdos no ha
impedido que permanezca nítido y fresco en mi memoria aquel instante en el que,
cogido de la mano de sor Manuela, entré por primera vez en aquella habitación,
repleta de estrechas y blancas camas de hierro dispuestas en dos grandes filas
a ambos lados del inacabable dormitorio. Algunas estaban ocupadas por niños
sentados o echados sobre ellas que jugaban solos o en pequeños grupos; de otras
apenas si se llegaban a distinguir algunas cabecitas que discretamente luchaban
por sobresalir entre las rígidas y tensionadas sábanas que los mantenían
firmemente sujetos. Muchas, por el contrario, estaban vacías. Sus ocupantes
eran la cantidad de muchachos que correteaban pesadamente de un lado a otro
entre golpeteos de muletas y rechinar de hierros que, produciendo un gran eco,
resonaban por toda la sala. Alguno de aquellos niños aún eran criaturas de
apenas tres o cuatro años, otros sobrepasaban mis diez años de edad.
Sor Manuela se paró en la
puerta sin soltarme de la mano y, durante unos segundos dejó que mirase cuanto
ocurría en el interior de la habitación. Luego se agachó y, con un tono que
mezclaba a partes iguales comprensión y firmeza, me habló, confirmando lo que
yo hacía rato que ya intuía:
̶ Esta va a ser tu casa a partir de hoy. Anda, ve a saludar y a
presentarte a tus nuevos compañeros.
Hasta pronto.