Resurrección

RESURRECCIÓN

 

Nunca había habido una mujer tan devota de Dios como ella, tan abnegada y cumplidora para con sus mandamientos. Todos los días, en sus oraciones, mostraba su agradecimiento por la gracia de haberle concedido un hijo como el que tenía, y que para ella era toda su vida

Lo amaba como sólo una madre es capaz de amar, sin condiciones y sin límites.   
Siempre había sido un hijo maravilloso. Era brillante, inteligente, amable, cumplidor y educado. A decir de muchos era simplemente perfecto.

También tenía sus pequeñas rarezas como cuando, inexplicablemente, montó en cólera y organizó un gran alboroto en aquel mercado, o cuando desapareció, misteriosamente, durante algunos días. Nunca le explicó el motivo, ni el donde, ni el porqué, pero no se lo reprochó. Ella jamás le cuestionaba nada. Tenía una enorme fe en su hijo,

Fue en aquella noche aciaga, en la que tras una cena con su grupo de amigos, unos desalmados le agredieron brutalmente, hasta dejarle medio muerto. Durante los dos días que duró su agonía, su madre no se separó de su lado ni un sólo instante.

Rezó a Dios con todas sus fuerzas, pidiendo para que no se lo llevara.  Lloró sin cesar, suplicó hasta la extenuación. Estaba segura de que sus ruegos, tendrían respuesta. Dios en su infinita misericordia, no lo permitiría.

Se quedó sin lágrimas, pero no sin oraciones.

Cuando su hijo murió aquella noche, su dolor ya no conoció límites.

Durante el funeral, el sacerdote, afirmó que llegaría un día glorioso. Con el fin de los tiempos, resucitaría su hijo, al igual que el resto de los muertos, y ese sería el momento culminante de la fe en Dios, el instante en que volvería a reunirse con él. Y ésta vez sí que sería para siempre.

La madre quiso entenderlo, puso todo su empeño, quiso creer, como siempre había hecho. Pero desde ese día, cada vez que habría la puerta de su casa, solo encontró soledad.