Esa mañana, cuando Pablo se
levantó y miró por la ventana, pudo ver ilusionado que hasta el color de ese
día de domingo parecía más intenso y más claro.
Para un niño de nueve años en
aquella España de 1968, los días de vacaciones que suponían la Semana Santa, eran cualquier
cosa menos divertidos. Pablo aun no era capaz de entender muy bien el motivo,
pero durante aquellos días, todo y en todas partes se volvía lento, silencioso
y triste. Desde que terminaba el colegio el jueves a las doce de la mañana y sobre
todo por la tarde, después de comer, la gente hablaba despacio en todas partes,
nadie levantaba la voz.
Su padre, que era de los pocos
días del año que no trabajaba, apagaba la radio y ni siquiera ponía el
tocadiscos con la música de pasodobles que tanto le gustaba escuchar los días
de fiesta. En la televisión de casa, una Marconi embutida en una gran caja de
madera, los programas infantiles habían desaparecido como por ensalmo. Tras un
buen rato cambiando del primer canal a la UHF, comprobaron que sólo se veían procesiones lentas
y ceremoniosas en un canal y una orquesta llena de señores elegantes y
sentados, todos muy serios y concentrados, tocando música solemne y triste en
la otra. Frustrados y aburridos, Pablo y sus hermanos, terminaron por apagarla.
Eso si un segundo después de que su madre, con un grito, les conminara a que
así lo hicieran
Cansados y tediosos, lograron
convencerla para que les dejara bajar a la calle, a él y a su hermano y una vez
allí se dispusieron a llamar a algunos de sus amigos para que se unieran a
ellos.
Como solían hacer habitualmente los
llamaron a gritos desde la calle y en dirección a sus balcones. Pablo
rápidamente se arrepintió de la decisión, una señora, completamente vestida de
negro y a la que apenas conocía de verla por el barrio, le arreó un capón
mientras le gritaba:
-
¿Que no sabéis que Nuestro Señor ha muerto? ¡Habrase
visto que educación, vuestra madre se va a enterar de esto, ya me ocuparé yo!
Pablo se rascó con fiereza la escocida
cabeza y cayo en la cuenta de que algo
así ya le había pasado el año anterior. Vista las consecuencias se decidieron a
llamar al timbre y cuando finalmente bajaron sus amigos descubrieron que poco
podían hacer para distraerse, sólo sentarse en el descampado de enfrente de su
casa y hablar sin cesar. Ni siquiera les permitían correr, reír o jugar. Siempre
había alguna señora vestida de luto o algún señor con mal humor y lazo negro en
la manga de la chaqueta, que soltaban rápidamente la mano en dirección a alguna
de sus cabezas exigiéndoles respeto.
Eran dos días de silencio,
monotonía y hastío casi insoportables para unos niños de su edad, pero
finalmente, cuando apunto estaban de fenecer
de puro aburrimiento, aquellos días de desolación y sopor se terminaban.
Finalmente y como todos los años Nuestro Señor resucitaba y, para celebrar tan importante
y feliz acontecimiento, amanecía por fin el tan ansiado Domingo de Pascua.
Ese día jubiloso ya se podía
hablar en voz alta, correr y jugar, había música en las casas y luz en la calle.
Para Pablo y sus hermanos ese domingo era como liberarse de unas aburridas y
pesadas cadenas.
Por la tarde, como todos los años,
iría al río con toda su familia, allí se juntaría con sus amigos que también acudirían
acompañados de sus propias familias, todos a pasar un buen día de fiesta en el
campo y sobre todo a comer la mona.
Una vez todos allí, rápidamente
se dispusieron a organizar los equipos para disputar el acostumbrado partido de
fútbol, a veces los hacían entre ellos mismos, cuando eran los suficientes,
otras veces buscaban otro grupo de chavales y les pedían jugar contra ellos. En
ésta ocasión eran bastantes así es que los capitanes, que generalmente eran los
que mejor jugaban, fueron eligiendo jugadores para formar sus propios equipos. Para
dilucidar quien de ellos empezaba a elegir, se colocaron a dos metros de
distancia y empezaron a caminar uniendo cada uno la punta de un pie con el
talón de su otro pie y dando un paso cada uno de manera alternativa, así hasta
que alguno lograba pisar el pie del otro, cortaba y ganaba, correspondiéndole
el derecho a seleccionar primero.
Tuvo Pablo una temprana dolencia
en su pierna derecha que le obligaba a llevar unas botas especiales, de cuero y
muy pesadas, lo que le hacía parecer aun más torpe si cabe. Cuando se
encontraba delante de la portería, que en realidad eran dos piedras sacadas de
las rocas del margen del río, él siempre pedía para sí mismo que los tiros se
los echaran hacía su izquierda, ese era su lado bueno hacía el que mejor podía
tirarse y algunas veces hasta lograba lucirse. En esas ocasiones a Pablo se le
hinchaba el pecho de satisfacción y más
si todos sus compañeros iban a abrazarlo agradecidos por salvar el honor del
equipo. Al minuto siguiente, dejaban de hablarle porque le habían metido dos
goles seguidos. Era la soledad y la incomprensión del portero ante el delantero
hambriento de goles en aquel equipo de barrio.
A unos pocos metros de donde se
encontraban ellos dándole patadas a la pelota estaban las chicas jugando con
una gran cuerda que volteaban todo lo larga que era, una tras otra se abalanzaban
hacía ella daban un par de saltitos y luego salían. Así continuamente y sin
parar.
A Pablo le gustaba mucho ese
juego a pesar de que era para niñas, pero como era bastante torpón y además las
botas le pesaban mucho, no saltaba con claridad y siempre se le enroscaba la
cuerda entre los píes, así es que se pasaba casi todo el tiempo pagando, esto
es, dándole vueltas a la cuerda para que saltaran los demás. Cosa que ya no le
gustaba tanto.
Todos ellos iban al mismo
colegio, al Gregorio Mayáns de Mislata, un pequeño pueblo muy cerca de
Valencia, pero por supuesto no estaban juntos, las niñas iban a las aulas de la
parte de arriba del colegio, ellos a las de abajo. Los recreos los hacían en un
gran patio, aunque una gran valla los mantenía separados, a la vez que los
profesores se mantenían vigilantes para que no hubiera contacto físico entre
ellos.
Entre todas aquellas niñas se
encontraba Marisa. A Pablo, desde hacía algún tiempo le hacía gracia, a pesar
de que nunca había cruzado más de tres palabras con ella, ni siquiera vivía por
su calle, pero la veía a menudo en el recreo jugando o a la salida del colegio,
Pablo siempre se quedaba mirándola con una sonrisa embobada. Marisa era morena,
con unos grandes ojos color miel y algo más alta que él. Para Pablo era la niña
más guapa del colegio.
En los días anteriores no se
había atrevido a pedirle que fuera su pascuera, es decir la niña que iba a ser
su novia durante los días de pascua, ya todos en su grupo de amigos tenían la suya.
Estaba seguro que no aceptaría, aunque tampoco era ninguna novedad porque nunca
la había tenido; a decir verdad nunca lo había considerado demasiado importante,
ni él ni ninguno de sus amigos, pero ese año parecía que las cosas habían
tomado otro rumbo.
Pablo miraba a las niñas jugando
a la cuerda, y le estaba prestando poca atención a su partido de fútbol; total
casi no atacaban nada y a él no le llegaban balones, su capitán había elegido
bien y casi todos los buenos estaban jugando en su equipo. Se estaba aburriendo
bastante, así es que encontró más entretenimiento viéndolas saltar.
Entonces ocurrió algo inesperado.
A Marisa, que se encontraba en ese momento saltando, se le escapó del pié una
de sus bonitas zapatillas azules de pascua. Aunque Pablo nunca estrenaba por
las “botarracas” que debía de llevar, lo habitual era que todos los niños y
niñas las estrenaran para las pascuas. La zapatilla cayó muy cerca de donde se
encontraba él. Saltando a la pata coja Marisa se fue acercando hacía la
portería de Pablo, que ya definitivamente no le hacía caso al partido, éste cogió
la zapatilla y se puso a esperar que se acercara para dársela.
En un instante pudo ver y sentir
al mismo tiempo. Pudo ver la cara de horror de Marisa, y pudo sentir como un balonazo
le golpeaba en toda la cara derribándolo al suelo.
Un segundo después vio la cara de
la niña muy cerca de la suya, con la curiosidad y la risa escapándosele de los
labios le preguntó si le dolía y él, sin ser muy consciente todavía de lo
ocurrido, le respondió que un poco.
Seguidamente, y en un acto de
arrojo, producto, sin duda, del balonazo
y su posterior atontamiento, miró a aquella niña durante unos segundos y le
preguntó:
- ¿Quieres
ser mi pascuera?
Marisa, que había recogido su
zapatilla, y en esos momentos se la estaba colocando en el pie, respondió:
-
¡Vale! – y sin más preocupaciones se alejó dando graciosos
saltitos hacia donde estaban sus amigas.
Pablo aun tardaría un rato en
reaccionar, empezaba a notar un ligero mareo. Todos sus amigos se arremolinaron
a su alrededor, muchos de ellos se reían a carcajadas señalándolo con el dedo,
otros lo disimulaban algo más. El ojo notaba como se le hacía grande, y el oído
le pitaba sin cesar.
Sentía un fuerte palpitar, tanto
en el ojo como en el oído, eso unido a que notaba que su corazón se le había
acelerado fuertemente con la presencia de Marisa, no pudo menos que pensar que
esos tres corazones que tan fuertemente le latían, se le escapaban dando
saltitos detrás de aquella niña que, con despreocupación, se alejaba para
continuar jugando con sus amigas en aquel radiante Domingo de Pascua.
Fué, no me cabe duda, el balonazo de Cupido...
ResponderEliminarno estreno botas ,pero si enamoramiento !!
ResponderEliminarUnbesazo
¡Qué relinda historia! si es que la pureza de sentimientos en aquellas épocas...La semana santa de entonces, nada que ver con la de ahora...¿verdad?
ResponderEliminarJe je, yo a mis nueve años vivía en Málaga y todo el tiempo eran procesiones, misas y oraciones...uf!
Es una preciosa entrada.
Un besote.
La foto es encantadora. La narración lo mismo.¡Menudos tiempos aburridos aquellos, me ponian mala si no fuera porque iba a ver a mis primos en Villena y me pasaba la semana jugando a juegos de chavales (futbolín, ping-pong, futbol, indios, leyendo sus tebesos de aventuras, etc. He podido respirar a través de tu narración un aire que me resulta muy muy familiar. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarPillin,Pìllin....
ResponderEliminarTodos hemos vivido algo parecido, pero lo de la pascuera nunca lo había escuchado, la nena seguro que merecía la pena y el nene mucho más.
ResponderEliminarUn relato precioso de una época en las que se dedicaban a meter las creencias en las mentes infantiles como una forma de vida.
Un abrazo.
Jose Vte....como me ha gustado...me ha parecido autobiografico....Conchin-Marisa y Jose Vte-Pablo...y las fotos de cantera propia...y Mislata...
ResponderEliminarBueno, yo te he imaginado y leia pensando en que eras tú el del flechazo, digo pelotazo.....
Un abrazo, amigo.
Mª JESÚS, Cupido es que se suele manifestar de muchas y vaiadas formas, jejeje.
ResponderEliminarUn abrazo
ANUSKY, En aquellos tiempos, cuando llegaban las pascuas, era habitual estrenar zapatillas, que también se le llamaban pascueras, no lo he puesto así para no confundir. Pero así era.
¡Ay los enamoramientos infantiles!, jejeje
Un abrazo
SUSANA, eso precisamente es lo que he querido remarcar en la primera parte de la historia, que no tiene nada que ver la Semana Santa de entonces con la de ahora. A pesar de estar de vacaciones, uno casi echaba de menos el colegio, por lo menos había recreo y podía gritar y correr, en la calle, el silencio y el respeto hacia la Semana Santa, debían de ser máximos. Y eso era dificil de entender para un niño.
Un abrazo
EMEJOTA, no sabes lo que me alegro que te haya inspirado "tus tiempos", por aquellos años los tiempos duraban mucho tiempo, valga la redundancia. Con la democracia toda ésta parafernalia cambió. Se siguen manteniendo los mismos ritos, procesiones, misas, promesas, etc. pero al lado mismo de cualqiera de ellas, habrán unos jóvenes de botellón, o sonará una "MaxiDisco" a todo volumen. Entonces no había nada, ni cines, ni bares, ni recreativos, ni tele, ni radio, ni nada de nada. Solo quedaba aburrirse durante 2 dias.
JESUS, ¿yoooooooooooooo...?
ANA, lo de la pascuera, ya lo he comentado durante el relato, las jóvenes elegían un pascuero, y los chicos una pascuera, era la amiga especial durante las pascuas, para los juegos y eso. En Valencia, al menos, siempre ha sido así, no se en otros lugares. También se le llamaba pascueras a las zapatillas que los niños se compraban coincidiendo con las primeras salidas al campo en Pascua. Ten en cuenta que aquí solían durar las pascuas 3 días, el domingo, el lunes y muchas veces el martes, y luego al lunes siguiente como es San Vicente y también es fiesta, se consideraba que era el cuarto dia de Pascua.
Aquí siempre estamos de fiesta.
Un abrazo
ANNA, jejeje, te puedo decir que el relato sin ser autobiográfico completamente, tiene bastante de memoria directa. Incluso he descargado la historia un poco, ya que me había quedado bastante larga (reconozco que aun lo es para leerse en un blog, pero no lo he podido evitar, no lo podía recortar más sin quitarle esencia).
He retirado casi todo lo que hacía referencia al entorno donde nosotros celebrábamos las pascuas, que no es otro que la zona del rio nuevo, entonces llamado Plan Sur, por lo de la riada. Y como era entonces con respecto a ahora. Con la acequia de Mislata. Todo eso ya no existe.
De todas maneras, no lo he borrado, he guardado toda esa referencia, por si acaso algún día...
Pero volviendo a tu respuesta, efectivamente hay bastante de autobiográfico en la historia.
Ese Jesús que me comenta lo de ¡pillín, pillín!, no es otro que mi hermano, y que bien pudiera estar reflejado en el cuento, jejeje.
Un abrazo
Le cayo el amor de golpe je je linda historia, me gusto como la narraste y las fotos que me transportaron a ese tiempo y la alegria de la infancia, los rituales, la semana santa...en fin...el tiempo cambia y las personas con el,
ResponderEliminarlindo post,
saludos,
Bueno al menos la pasaron bien y no como en mi época, que mi madre ni nos permitía jugar (¡qué suplicio!) por supuesto que yo con mis hijos no soy así. Un gran abrazo
ResponderEliminarUna sonrisa he esbozado, al recordar aquellos tiempos, de ir a comer la "mona" al rio, que con una cuerda y un balón habia bastante para pasar un buena tarde de domingo de pascua, esperando a aquella pascuera que nos iba a dejar con el corazón roto, por varios dias, o quien sabe por muchos años, era otra forma de pasar la semana de pascua, lejos de lo que se ha convertido ahora, en unas vacaciones con destinos de lo más variados y pintorescos, supongo que será lo modernos que nos estamos volviendo...
ResponderEliminarun abrazo
Amigo José Vicente, menuda historia más bonita, y además que bien refleja esa España que parece tan lejana, pero que realmente en términos históricos fue antes de ayer.
ResponderEliminarYo por fortuna he vivido siempre en democracia, pero cuando mi madre me cuenta historias de su niñez, me parece que esté hablando del siglo XIX… en fin que como siempre un placer pasear por tu blog.
Un abrazo
Nunca había escuchado los de "pascuera" para mi cuando niño lo de la Semana Santa me parecía muy aburrido, y sobre todo en la tele con tanto santo y tanta misa, prefería las vacaciones de Navidad y las de verano, tu historia me ha trasladado al pasado que ya no recordaba, un saludo.
ResponderEliminarMe has recordado tiempos pasados.
ResponderEliminarBuena historia la de Pablo. Besos
noche
Con tu relato he viajado unos cuantos años atrás, mira que era una pura pena la semana santa, la radio apagada, sin poder casi ni reírnos y la tele dando aquellos peliculones que me hacían llorar como la misma Magdalena, en fin que después de quitarme esas cadenas, puaf, que a gusto me he quedado.
ResponderEliminarPablo, lo describes tal cual eramos los niños de antes inocentes y puros (bueno casi todos)
La foto es auténtica, quién eres tu?
Me encantan estos relatos.
¡Qué buena historia Jose Vicente! Me ha encantado y trasladado.
ResponderEliminarYa ni quien te contenga, con todo lo que tienes por decirnos... Sigue así. Deleitándonos a tus seguidores, que cada día somos más.
Saludos cariñosos y muy alegres por tí.
Me parece que yo también he vivido esos momentos,que mayor me siento.
ResponderEliminarPero bueno,a veces les cuento todas estas batallitas a mis hijos y se creen que vivíamos en el siglo XIX.
Me ha gustado verme de chaval
un abrazo
Tu relato me trae recuerdos de mi infancia. La frase "No se canta que está el Señor muerto" la escuché muchas veces en voca de mi abuela. Fueron epocas dificiles, aúnque se recuerdan con una mezcla de cariño y nostalgia de los que ya se fueron.
ResponderEliminarSaludos
PATRICIA, muchas gracias por tu visita y tu comentario. Me alegro que te haya gustado, efectivamente eran unos tiempos muy distintos a los actuales. La Semana Santa de hoy, en nada se parece a la que vivimos, no hace tantos años.
ResponderEliminarSaludos
DRAC, no te creas, a nosotros en el tiempo que duraba la Semana Santa, no se nos permitía ni cantar, ni correr, ni nada de esas cosas que hacen los niños. Otra cosa distinta era cuando llegaba el domingo de resurrección. Entonces todo se convertía en días de campo, correrías y juegos.
Saludos
JULIAN, ya me imagino que tu recuerdas perfectamente el sentir de la historia, tu formabas parte activa de ella.
Un abrazo
OSCAR, efectivamente a partir de la llegada de la democracia, todo empezó a cambiar. Los ritos católicos que rodean a la Semana Santa, como he comentado antes, se siguieron y se siguen manteniendo, pero el ambiente y las normas han cambiado totalmente. Puedes imaginarte que lo que te cuenta tu madre era totalmente verdad.
Era el siglo XIX, en la segunda mitad del XX
Un abrazo
MAMÉ, parece ser que lo de las “pascueras” era algo típico de Valencia, o por lo menos de parte del mediterráneo, no lo sabía. Esa era la verdad, eran unos días muuuuuuuy aburridos.
Un abrazo
NOCHE, muchas gracias, son tiempo que no son tan lejanos en el tiempo como pueden parecer por ciertas actitudes. Me alegra mucho que te haya gustado la historia de Pablo.
Un abrazo
YRAYA, yo creo que todos los que hemos vivido esos tiempos siendo niños, se nos ha quedado grabado en la memoria los interminables días que duraban la Semana Santa, por lo pesados que se hacían. No se podía hacer nada. Eso es lo que yo he tratado de trasmitir, la diferencia que había entre unos días, obligatoriamente, silenciosos y monótonos, y la explosión de alegría que suponía la llegada del domingo de pascua. Todo visto desde la óptica de un niño, que no tiene por que entender ese mundo duro y cruel de los adultos con respecto a la celebración de la muerte y pasión de Cristo.
ResponderEliminarMe da mucha alegría que te gusten este tipo de relatos costumbristas. A mi también me gusta leerlos y escribirlos.
Venga te voy a dar gusto, pero no te rías demasiado. Yo soy el del corner izquierdo que se está frotando las manos de satisfacción y con sonrisa de pillo. También están cuatro de mis hermanos. La pizpireta chica de las coletas del centro, es mi hermana la mayor, Mª Tere, el muchachote que está en primer plano, cabizbajo y pensativo, o comiéndose la uñas, es mi hermano Jesús. El que tiene cara de guasón y con la lengua fuera, en actitud tan jovial, es Blas, el cuarto en la línea de sucesión, y por último, el más jovencito, el que está ejerciendo de guía de aviones con los brazos en aspa, es Julio, el pequeño de los chicos. Faltan dos hermanas más que ahí no están. Amparo y Conchín. El resto de chic@s que aparecen en la foto, son primos nuestros.
Un abrazo
SARA, muchas gracias, tus palabras y tus comentarios siempre me halagan, no creo merecer tantos elogios, pero me emocionan.
Ya he comentado antes que el relato tiene partes autobiográficas, era lo que se vivía, por lo menos aquí en España, o al menos así lo recuerdo yo.
Un abrazo
BLAS, pues sí, creo que tú también has vivido momentos como éstos, doy fe. Díselo a mis sobrinos, todas las batallitas que les cuentas son verdad, incluso aquella tan extraña que se cuenta de que existió un tal Bernabeu. Al menos así lo reflejan los libros de historia.
En la foto sales la mar de gracioso
Un abrazo
AZUL, esa frase que indicas, muy parecida a la que yo pongo en el relato, era muy típico oírla, durante la Semana Santa. Era una sensación de desolación y tristeza absoluta. A mi particularmente nunca me ha gustado demasiado esta celebración cristiana, en parte por éstas obligaciones, que no venían a cuento siendo unos niños, y en parte, también, por el “yuyu” que siempre me han producido los capuchinos y las imágenes tan dantescas y tenebrosas de las procesiones.
Pero bueno, también es verdad que hoy en dia se recuerda con nostalgia, sobre todo lo que tenía que ver con las pascuas y las monas.
Un abrazo
¿bernabeu? me he perdido en algún sitio
ResponderEliminarHola José Vte.! Me ha recordado el principio de la historia a mi niñez. Yo tampoco sabía a qué se debía tanto silencio, tanta misa en la tele... en fin, suerte que todo ha cambiado, y ahora también se el motivo, y todo resulta más fácil, pero ahora es mucho mejor.
ResponderEliminarA Pablo y a Marisa, la pascua les cambió la vida, muy emocionante. Ay!... el amor, aunque sea a fuerza de balonazo!!! jajajaja.
Un relato precioso, cada día te mejoras muchísimo. Besos.
BLAS, pues no creo que te hayas perdido nada.
ResponderEliminarFELICITAT, al menos ahora puedes elegir como paaar la Semana Santa, si con recogimiento, de viaje, o en la playa. Entonces no había opción.
Gracias por el elogio, de verdad que me alegra mucho y me animan estos comentarios.
Un fuerte abrazo
He entrado un poquito por curiosidad a este blog y me he llevado una excelente impresión de lo que aquí se trata y publica. Felicito a su autor. Sobre todo por su relato "El Despertar" : compendio de sencillez y claridad en el uso del lenguaje (como debe ser en todo buen relato) , de sensibilidad y bien rematado en su final. Escenas de la vida, que hoy mismo se repiten en cualquier parte del mundo.
ResponderEliminarPrometeo, muchas gracias por tu visita, y desde luego por tus palabras. ¿Que pudeo decir? Que me emocionan muchísimo, que me animan a seguir, y por supuesto a mejorar.
ResponderEliminarHe pasado por tu sitio y he visto que eres escritor, no se si de profesión, pero si de vocación, por eso tus palabras, elogiosas, tienen un valor añadido para mí y que yo recibo como un reto
Estás invitado a pasar cuando desees y a decir que algo no te gusta cuando eso suceda. Sólo así se puede mejorar.
Saludos
Así era la Semana Santa de aquellos años: triste y gris, como era la España de la época.
ResponderEliminarPero los niños pueden ver la vida de colores aunque el mundo entero se empeñe en pintarla de negro.
Bonito y evocador relato.
Saludos.
Qué bonito!!
ResponderEliminarescribes muy bien, como si contaras una historia a niños de infantil... soy una niña de infantil jajja, de 3 a 6 años.
Me ha gustado como has llevado toda la trama, desde el recuerdo de aquellos días jueves y viernes santo de silencio y oscuridad, la amenaza de la señora y el manotazo del señor; la llegada del domingo de resurrección y como no, el encuentro con Marisa, es realmente tierno y bonito. Siempre es muy agradable leerte.
un abrazo
ah!
ResponderEliminarno conocía el término "pascuera", me ha resultado curioso.
EBUDE, sólo los niños son capaces de sacar alegría donde sólo hay tristeza y aburrimiento, pero ¡ufffff! ¡como eran aquellos dias de Semana Santa!.
ResponderEliminarGracias por el comentario
ESILLEVIANA, está muy bien que te inspire la infancia, ¡quién pudiera volver a ella!, aunque fuera para aguantar esos tristes dias. Pero luego venía la pascua llena de color y vida.
No sabes como me gustan tus comentarios, jejeje.
Ya veo que está causando sorpresa la denominación de "pascuera" (los chicos éramos pascueros), para referirse a los ligues de pascua. Eso es que es originario de éstas tierras valencianas o mediterraneas.
Un fuerte abrazo
Gracias amigo y que disfruten tu y familia de un felicísimo fin de semana.
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