Estoy sentada en la sala de espera de
un hospital que no conozco en una ciudad que nunca he visitado. Me encuentro sola, en la que está siendo una
noche larga, la noche más larga y dura de toda mí vida. Hasta hace sólo tres
horas, la vida de la que disfrutaba era plácida, monótona y normal, casi feliz.
Ahora, esa vida aburrida y sencilla ha estallado en mil pedazos, así, como con
un chasquido de dedos. La vida, esta perra vida que nunca deja de sorprendernos,
y que una vez tras otra se empeña en ponernos a prueba, le ha cedido su turno a la muerte, esa puta insidiosa
con tantas ansias de protagonismo.
No se que hacer. No puedo pensar con
claridad. Estoy mareada y tengo nauseas. Me duele el estómago. Creo que no es
más que la consecuencia del vacío que empiezo a sentir, ese doloroso vértigo del
que se ha ido contagiando el resto de mi cuerpo, y que se ha convertido en un
dolor profundo e hiriente como nunca había sentido. Es un dolor desgarrador que huye de alivios, que
se abre paso atravesando como una aguja todos mis músculos, mi cerebro y mis
sentidos, y que se desparrama en las gruesas lágrimas que desde mis ojos
salpican el suelo.
Hace un rato que alguien ha entrado.
Se ha sentado a mi lado y me está hablando, pero yo soy incapaz de oír nada de
lo que dice. Percibo su tono, pero éste es lejano y distorsionado. Tampoco me
esfuerzo mucho. La miro, pero en realidad no la veo. Todo a mí alrededor está
borroso, incluso mi mente está envuelta en una neblina sombría. Todo parece
moverse con lentitud, no soy capaz de pensar y tampoco me siento con fuerzas
para reaccionar.
Poco a poco, El dolor va dejando paso
a un suave sopor que se va apoderando de mí y que me evade, lo releva y yo lo
agradezco. La persona sentada a mi lado continúa hablando, pero ya no oigo. Ese
extraño adormecimiento me traslada a una fiesta, hace unos días. Es el
cumpleaños de Raúl. La casa está llena de gente, sus amigos y algunos
compañeros de universidad. Hay risas y
mucha alegría. Yo me veo mirándolo, y siento que peco de orgullo, ¿Cómo no hacerlo?,
pero no me siento culpable por ello. Aquellas lágrimas solitarias de hace veinte
años han dejado paso a éste alegre equilibrio que ahora disfruto.
Él está lleno de vida y lo demuestra a
cada instante. Habla con todos, ríe por todo, le encanta estar rodeado de
gente, sentirse querido. Es en esos momentos de máxima felicidad que se me
acerca, exultante y vehemente. Me abraza, me gira en el aire y me besa en la
mejilla mientras repite una y otra vez esa
frase que tanto le gusta decir:
“La vida es tan maravillosa que nada en ella debería desperdiciarse”.
Tras esas palabras y como movida por
un resorte, de repente mi percepción de la realidad cambió, la neblina se
disipó, la vista se volvió nítida y empecé a oír con lucidez.
Fui consciente de la persona que me
hablaba, y la escuché. Era una enfermera. Me susurraba con calma y con
amabilidad. Supongo que consciente de lo
difícil que eran aquellos momentos para mí.
Aun así me costaba entender claramente
lo que me quería decir, pero había una palabra que repetía constantemente. Era
la palabra VIDA. Entonces empecé a entenderla.
Aquella enfermera me estaba pidiendo una decisión:
-
El
tiempo es escaso – decía – y muchas otras personas necesitan su ayuda. La vida
es un bien extremadamente preciado. Por su hijo, desgraciadamente, ya no se
puede hacer nada, pero él aun puede hacer el bien más supremo, dar de si mismo
para ayudar a otras personas. No hay mayor gesto de generosidad. Necesitamos
que nos confirme si desea donar los órganos de su hijo.
La miré con sorpresa. ¿Cómo podía
pedirme algo así en estos momentos? ¿No era consciente de mi dolor y de lo sola
que me quedaba? Negué con firmeza, incluso tuve deseos de irme de allí, quería dejar
de escuchar, seguir a solas con mi pena.
Pero ese pensamiento duró sólo un
segundo, al instante volví a evocar a mi hijo levantándome en volandas y
repitiéndome una y otra vez aquellas palabras.
“La
vida es tan maravillosa que nada en ella
debería desperdiciarse”.
Entonces comprendí su verdadero significado.
No podía ser casualidad recordar precisamente esa frase en este momento. Él, generoso
como era, sabía que siempre había un porqué.
Aun tenía los ojos inundados en
lágrimas cuando, rota por el dolor pero orgullosa y embriagada por el inmenso
amor que le tenía a mi hijo, respondí que si. Yo ya no lo tendría a mi lado, ya
no lo podría tocar, ni besarlo, ni contarle mis problemas, esos a los que él
siempre sabía darles la vuelta y transformar en sonrisas. Pero esa vitalidad y
esas ganas de vivir las contagiaría a todas las personas que recibieran esos trocitos de vida en los que
se convertirían sus órganos transplantados. Ahora, por fin, lograba entender lo
que él siempre tuvo claro, que la vida es demasiado valiosa para desperdiciarla.
Esta es mi conttribución al II Concurso de Paradela. Mucha suerte a todos los participantes.
Esta dedicatoria está fuera del concurso de Paradela:
ResponderEliminarLe quiero dedicar este escrito a muchos grandes amigos: a José Manuel, a Carlos, a Elisa, a JuanMa, a Mª Luisa… a tantos buenos amigos que he querido y que desgraciadamente ya no están aquí conmigo, aun siendo tan jóvenes.
También a otros muchos que, afortunadamente, puedo ver y visitar cuando lo desee, pero que tienen una lucha constante y callada.
Por todos ellos es el deseo de resaltar la importancia de la donación de órganos.
“La vida es demasiado preciosa para desperdiciarla”
Para todos ellos mi amistad, mi recuerdo y esta dedicatoria.
Me acuerdo mucho de todos vosotros
Hola Jose Vte, como me ha dolido tu historia, además recientemente murió un vecino de mi calle y la mujer, amiga mía donó todos sus orgános. Ella decía que su marido no estaba muerto. Tu relato bien podría servir de eslogan para una campaña sobre la donación de orgános.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tu entrada me llega especialmente, porque me toca muy de cerca el tema que nos has traído. Solo puedo decirte que si leyeran este texto algunas familias, estoy segura de que se salvarían más vidas. Es cierto, la vida es demasiado hermosa para desperdiciar lo más mínimo de ella.
ResponderEliminarEl concurso está reñido, pero que muy reñido.
Suerte.
Que historia más fuerte pero que por desgracia pasa a diario, como bien dices las vida es demasiado hermosa.
ResponderEliminarGran calidad en el concurso de María Jesús, un saludo.
Muy dura pero a la vez muy real. No puedo decir que me gusta la historia, si me gustó mucho tu forma de plantearla.
ResponderEliminarBicos
Jose Vte...
ResponderEliminarSiempre llegas al corazón.
La vida que se da una vida que se recupera, vencer el miedo a ese gigante desconocido que es la muerte y que suma un sentido en forma de oportunidad:dar vida.
Toda la suerte para ti.
José Vicente: Me ha emocionado tu relato y ha calado hondo, en mi corazón. Te deso mucha suerte en el concurso, que está de lo mas reñido, y con un nivel, que dán ganas de quedase de espectadora, disfrutar con todos estos testimonios blogueros, en lugar de participar. y veremos que decido
ResponderEliminarSaludos muy cordiales.
Un recuerdo emocionado a tosos lo que han decidido que su estancia puede ser prolongada, ayudando a otros. Ojalá todos fuésemos valientes de hacer lo mismo.
ResponderEliminarTendríamos que ser generosos hasta en la muerte. Un entrada que me ha emocionado y me ha puesto un poco triste. Mucha suerte.
ResponderEliminarUn abrazo
Emotivo y aleccionador mensaje nos dejas con tu escrito -bellísimo- y que no necesita de comentarios. Me uno a tu pedido generoso.
ResponderEliminarNo quiero desearte suerte, porque -sinceramente- no la necesitas, el relato es magnífico
dos abrazos :)
Ej que no cuesta trabajo ninguno. Llevo mi carné de donante de órganos en la cartera. Todo el mundo lleva el suyo, ¿no?
ResponderEliminarBiquiños.
Muy bello. La vida siempre será VIDA, aunque se personalice en seres humanos. Huy, creo que no me he podido explicar mejor, será la influencia de bicigreta. Beso.
ResponderEliminarBuen relato, aunque me ha dejado sobrecogida!!!
ResponderEliminarUn abrazo
Palabras para reflexionar.
ResponderEliminarPero muy bien expuestas.
Un saludo y suerte.
Relato triste y duro, como la vida misma; pero lleno de generosidad.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y mucha suerte.
Mis mejores deseos para tu texto amigo. Un tema muy importante, al que debemos despertar todos. Lo desarrollaste excelente, como todo lo que haces y todo lo que escribes... Ojalá.
ResponderEliminarAbrazo
Muy buen relato, aunque sobrecogedor...me pregunto porque las personas no seremos tan generosas en vida, al igual que algunas cada vez mas, lo dejan para "después".
ResponderEliminarTuve un tiempo en que pensaba donar mis órganos, no sé porque hace algunos años tengo una sensación rara de negarme a hacerlo, y problablemente no lo haré, aunque por naturaleza siempre fui generosa.
Un abrazo a tod@s
infinitas gracias por brindarnos tan sublime relato y tomar conciencia de lo mucho que vale la vida, un besin de esta amiga admiradora.
ResponderEliminarMuy buena historia, un mensaje solidario que a todos nos debería hacer pensar. Salud y suerte en el concurso.
ResponderEliminarAmigo José Vicente, pasear por tu blog es un verdadero lujo.
ResponderEliminarUn abrazo grande
óscar
El asunto es sobrecogedor: pedirle a una madre que done los órganos vitales de su hijo que acaba de fallecer, es tomar una terrible decisión, sobre todo por lo doloroso y cruel del momento, pero el comprimiso de muchas personas con los demás, les hace apartar por unos instantes el sufrimiento de llorar a un hijo para optar a lo que le proponer: salvar otras vidas.
ResponderEliminarEl relato está genial, sin duda estaras entre los finalistas del concurso, si no es que ganas jaja.
Me gustó mucho esta lectura, escribes con mucha ternura.
un abrazo.
Es precioso, José Vte., conmovedor, y aunque yo no sé que haría en un momento como ese, es para pensarlo. Besos. Felicitat, :)
ResponderEliminarte felicito José, un excelente relato de la vida.Como ya sabes fui enfermera y trabajé ne hemodiálisis y trasplante renal, y tenemos la suerte que España es el primer país en que sus habitantes donan sus órganos.
ResponderEliminarNos vamos concienciando cada día más, de que hemos de dar VIDA a la vida.
con ternura
Sor. Cecilia
Creo que cada dia escribes con mas fluidez, despertando emociones, y sobre todo en relatos cortos, que llevan dentro mucha miga, a ver si hay suerte que te mereces ya ganar el concurso de Paradela...
ResponderEliminarun abrazo
Gracias amigo por tus palabras.
ResponderEliminarPero tu relato es muy muy bueno
jajaja.
un abrazo
Comentar cada entrada de este concurso está resultando dificil, porque a medida que voy leyendo más y mas me enganchan vuestras palabras, me repetiré pero me ha parecido genial. Dura historia pero muy real.
ResponderEliminarSuerte.
Hola Jose Vte: un relato espléndido, emotivo y que encierra un mensaje muy humano.
ResponderEliminarTambién quería agradecerte tus palabras en sepositivosiempre hacia el testimonio+++ de Ibso.
Abrazo. Jabo
Es la segunda vez que leo tu relato y me gusta cada vez más, no solo por el mensaje de solidaridad y compasión que das, sino por la forma de meterte en la piel de esa madre que sufre por la muerte de su hijo.
ResponderEliminarCreo que los que escriben deben ser personas empáticas y tú lo eres.
Un abrazo y suerte.
ibso
Vengo a darte las gracias, tal vez no debería, pero ¡es que me ha hecho tanta ilusión...!
ResponderEliminarUn saludo.
Jose Vicente. Gracias por compartirme tu relato, que como aquí se manifiesta, está muy bien logrado. Has sabido crear una atmósfera propicia para poner en relieve un tema sensible, muy necesitado de visibilidad en nuestras sociedades.
ResponderEliminarLibar.