domingo, 13 de marzo de 2011

EL PEQUEÑO HUERTO (La historia de los caseros) 2ª parte

 EL PEQUEÑO HUERTO
(La historia de los caseros)

2ª Parte

Un día, que acompañaba a mi padre a ver unas tierras en otra comarca, conocí por primera vez al Sr. Joaquín y la Sra. Tomasa. Estaban faenando en una gran finca vareando olivos. Mi padre, a pesar de los años transcurridos y del aspecto ajado que tenían, los reconoció enseguida. Con un nudo en la garganta, mi padre logró decirme quienes eran aquellas dos personas de ropas frágiles y cuarteadas que, soportando el intenso frío, golpeaban, con las pocas fuerzas que pudieran tener, las ramas de aquellos olivos para luego recoger su fruto del suelo, con las manos enfundadas en unos guantes roídos que apenas si protegían del helor de aquella fría mañana de finales de enero.

Habló con el amo de aquellas tierras diciéndole que quería llevarlos para trabajar con él, incluso le ofreció pagarle el jornal de la semana que ambos iban a perder. El dueño de la finca accedió encantado, no eran unos trabajadores demasiado eficientes, eran demasiado viejos y en ocasiones entorpecían más que ayudaban.
Nos dirigimos hacia donde ellos trabajaban, en ese momento recogían el fruto del suelo, pesadamente encorvados, y lo iban depositando, con dedos agarrotados, en una gran cesta. Cuando mi padre les habló le reconocieron enseguida y aunque con algunas reservas, ante la creciente dificultad para conseguir trabajo, según confesaron, finalmente accedieron y se vinieron con nosotros.

Una vez en casa, nos contaron la triste historia de todos aquellos años pasados desde la muerte de Ángel. Yo hasta ese momento no lo sabía, pero mi padre era el mayoral que los contrataba para aquellas partidas de caza. Hacía ya varios años que no se hacían, desde la muerte del niño pareciese que una maldición se hubiera cebado en aquellos cotos. La caza empezó a escasear y los accidentes aumentaron, aunque sin llegar nunca a la tragedia de aquel funesto día. Poco a poco los señores de la capital dejaron de ir y las partidas de caza se terminaron. Con el tiempo, mi padre se fue haciendo con parte de aquellas campos y los fue convertido en tierras de labor.

Durante sus años de mayoral de la finca, mi padre, cuando necesitaba personal para trabajar siempre había contratado a aquel matrimonio; eran cumplidores y sabían hacer bien su trabajo; siempre les tuvo en gran aprecio y lamentaba mucho la mala suerte que habían tenido en la vida y que consideró que no se merecían. Así es que valoró que sería bueno contratar a alguien para cuidar la finca, y no dudó en ofrecérselo a aquel par de ancianos, los consideraba perfectos para ese trabajo.
Muchos años más tarde, postrado en su cama y apenas unas horas antes del instante supremo en el que los hombres desean aligerar el alma para enfrentarse con el Sumo Hacedor, mi padre me confesaría, entre lágrimas, lo mucho que había sentido la muerte de aquel jovial e imberbe chavalín y, el gran sentimiento de culpa que le había acompañado toda su vida al permitir, como mayoral y responsable, que el niño se pusiera delante de aquellas escopetas, muchas de ellas empuñadas por inexpertos e incompetentes ricachones de la capital.

Y no se equivocó en su predicción, los caseros se afanaron en tenerlo todo impecable, eran cumplidores, atentos y siempre estaban pendientes de las necesidades de la casa. Estaban encantados con el trabajo, volvían a ser felices y se les notaba y por ende al devenir de la finca. Allí disponían de todo cuanto necesitaban, de casa y comida, además del salario que a la Sra. Tomasa tanto le había costado asumir que se había ganado. Mira que costó convencerla para que lo aceptara. Ella se consideraba suficientemente pagada con su presencia allí, con la tranquilidad, la confianza y la seguridad que le daban. Nunca salían de la finca y al pueblo nunca iban salvo que tuvieran que acompañar a alguien para hacer compras, generalmente para la propia casa, como no tenían familia, no lo extrañaban.

De vez en cuando el Sr. Joaquín nos sorprendía a todos con alguna liebre que había cogido y que el muy zorro cazaba con los lazos que tenía distribuidos por toda la finca, y eso que sabía que a la Sra. Tomasa no le gustaba que cazara los animales de esa manera, siempre decía que sufrían mucho y que no era necesario hacerlo así. A pesar de sus quejas y de las voces que luego tenía que aguantar, siguió haciéndolo de vez en cuando ante la algarabía general.
Un día le insinué la posibilidad de que me enseñara a cazar, pero él se negó tajantemente, farfullando por lo bajo como solía hacer cuando algo no le cuadraba y se marchó, maldiciendo y enojado, sin siquiera responderme.

Poco más o menos al año de estar allí, le propuso el Sr. Joaquín a mí padre, la posibilidad de que el gañán le preparara media fanega de tierra al lado del pozo para crear un pequeño huerto.

-        Es que así me entretengo, no tengo mucha faena, casi todo el trabajo lo hacen los gañanes y hay ratos en que no se que hacer y me aburro. A veces voy al monte y recojo algo de leña, o cazo  perdices o algunas liebres, pero me gustaría hacer algo de más provecho, cultivar una huerta para la casa o algo así.

-        Pero Sr. Joaquín, si usted ya tiene bastante faena en la casa, no se complique la vida.

-        Es que yo sin hacer nada no se estar, la Tomasa me tiene de correveidile de un lado para otro, y yo quiero ser útil, ya sabe que yo soy hombre de campo. Además toda esa agua que se desperdicia bastaría para regar lo que se sembrase.

-        Bueno, usted vera - dijo mi padre – se lo diré al gañán y que se lo prepare.

Un tiempo después, todos se alegraron de la feliz idea del Sr. Joaquín, creó una huerta que abastecía a todos los de la casa más de lo que necesitaban, cultivaba habas, judías verdes, cebollas, tomates, pimientos, patatas, hasta melones y calabazas, que estaban deliciosas asadas. El Sr. Joaquín se sentía de lo mas feliz del rendimiento que le sacaba al huerto, y de cómo todos se lo agradecían cuando les regalaba un buen surtido de hortalizas.
El huerto estaba en un extremo de la finca, no muy lejos del pozo, así es que buena y abundante agua nunca le faltaba.
Muchas veces, durante la primavera o en las tardes de verano, cuando ya el sol permitía respirar, nos sentábamos, el Sr. Joaquín y yo, bajo la sombra del alcornoque que presidía el huerto y allí pasábamos horas hablando. Me contaba historias de su vida, o al menos eso decía, algunas eran tristes otras bien alegres y fantasiosas, que amenizaba con abundantes chascarrillos, muchos de ellos llenos de palabras malsonantes que él contaba con descarado desparpajo, palabrotas incluidas. Conseguía que yo disfrutara mucho con ellas y que incluso, a veces, me escandalizara un poco. Todos los ratos que los estudios me dejaban libre los pasaba con él. Me enseñó a cultivar el huerto, le ayudaba, azada en mano, a sembrar y a recoger las hortalizas, y él se notaba que disfrutaba enseñándome. Se sentía muy orgulloso de su huerta y de cómo yo aprendía.
Pero nunca me habló de Ángel, ni mucho menos de aquel fatídico día de caza, tampoco su mujer lo hizo nunca, un doloroso silencio solía acallar cualquier intento.

También la Sra. Tomasa, marcaba, con su presencia y su sabiduría, la vida de la finca. Estaba al tanto de todo cuanto en ella ocurría, nada sucedía, nada se hacía sin que ella estuviera pendiente. Mi madre fue delegando todos los asuntos de la casa en ella y nunca la defraudó. Nunca permitió que nadie se acercara a su cocina, ella se encargaba de alimentar a toda la que ella consideraba su familia.
Al cabo de unos pocos años cuando ya las piernas dejaron de responderle, pasaba las horas sentada al calor de la chimenea con sus costuras, o en el porche cuando hacía calor, siempre tenía una amena charla, algún ánimo o un buen consejo para todo el que lo necesitaba.
Todos, en la finca, los apreciábamos mucho, y durante aquellos breves doce años que estuvieron con nosotros, el Sr. Joaquín y la Sra. Tomasa consiguieron hacernos algo más felices a todos los que les conocimos. Llegaron a hacerse insustituibles y muy queridos.

Pero la vida es un río de lágrimas desembocando en el mar. Ayer por la tarde falleció el Sr. Joaquín, sólo dos meses después de que lo hiciera su siempre fiel compañera, la Sra. Tomasa. Hasta el final parecieran querer permanecer juntos. Murió querido y al igual que su esposa, rodeado de la que él consideraba su familia.
Fue en el momento justo de exhalar su último suspiro, cuando, moviendo la mano con dificultad, me hizo una señal para que me acercara. Acerqué mi oído a su boca y el Sr. Joaquín, con un hilillo de voz y ya sin fuerzas, logró susurrarme la que era su mayor esperanza:

-        ¡Hoy voy a ver a mi niño, por fin, ahora se que seré feliz!

En estos momentos estamos cumpliendo el último deseo que ambos tenían, hemos traído los restos de Ángel, y los hemos depositado junto a los del Sr. Joaquín y la Sra. Tomasa, sus padres, allí finalmente van a descansar los tres juntos, unidos ya para siempre, en el único lugar del mundo que el Sr. Joaquín llegó a considerar como verdaderamente suyo.
Su pequeño huerto.


Ilustración: El Huerto
                     Autora: Silvia Lázaro
    Original:  Oleo sobre lienzo
 

13 comentarios:

  1. Nota sobre el relato
    Los caseros, de ahí el subtítulo de la historia, fue la primera historia que escribí, por lo menos en esta época, incluso antes de abrir éste blog. Son unos personajes que aparecen en un libro que escribió mi padre llamado “La tierra da para todos”, donde se narraba un drama rural. En su momento escribí un esbozo de ésta historia, mucho más esquematizada, para ayudarle a describir a éstos personajes. El caso es que finalmente no la incluyó en el libro, así es que yo lo amplié un poco, le di un final y lo convertí en relato corto. A mi son unos personajes que siempre me han gustado mucho, les tengo un gran cariño, por eso he querido incluir su historia aquí.
    Los caseros son una parte muy importante de la España profunda, de aquella España que tanto sufrió y que nos ha permitido ser quienes ahora somos.
    El humanizar el final para mi es un acto de esperanza, yo nunca podría permitir que quien tanto ha sufrido en vida no tenga una pequeña recompensa, por muy fugaz que ésta sea, que justifique que su vida no ha sido en vano.

    Por supuesto se lo sigo queriendo dedicar a todas las víctimas del 11M y a sus familiares, que su dolor no sea estéril.

    ResponderEliminar
  2. Bien está lo que bien acaba.
    Me gustó mucho.

    ResponderEliminar
  3. Me ha llegado al alma, es que me encantan los finales felices, naturales y felices. Como a los críos. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Me parece un relato muy emotivo y bonito. Casi podría decir que los que amamos el campo, de una u otra manera, hemos conocido caseros como los que narras.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Unos caseros que tuvieron un final tranquilo y merecido...
    Hay buena gente en todos los rincones de la tierra...

    ResponderEliminar
  6. que bonito final de la historia !! toda ella es muy emotiva -
    un besazo

    ResponderEliminar
  7. Me ha gustado mucho y el final estupendo.
    Bicos

    ResponderEliminar
  8. Estupendo relato, tanto la primera como esta 2ª parte.

    Enhorabuena

    Un abrazo

    noche

    ResponderEliminar
  9. Preciosos relatos, José Vte.Los caseros, aquí llamados masovers, son personas dedicadas a la vida, con amor y esmero, al campo, a la tierra, y quien bien anda, bien acaba. Veo que has cambiado el perfil, estás muy guapo. Besos desde el Pirineu.

    ResponderEliminar
  10. me he quedado con ganas de leer más . de verdad podrias escribir un libro, por cierto este cuadro es de mo padre ya decia yo que no me acordaba de haberlo pintado de todas maneras muchas gracias por exponer mis obras . es un auntentico lujo para mi que cuentes conmigo. fd: silvia lazaro

    ResponderEliminar
  11. Estupendo relato. Me alegro que lo hayas publicado inspirado en mi amigo Bartolo. Me ha encantado. Saludos.

    ResponderEliminar
  12. Muchas gracias a todos por vuestros comentarios, que son de lo más amable y animoso.
    Silvia, yo pensaba que era tuyo, pero bueno tampoco está mal, así también sirve de homenaje al Sr, Lázaro, tu padre, que es un gran pintor y dibujante y al que le doy un gran abrazo desde aquí.
    Y que conste que el honor es mio que me dejes colocar tus trabajos para ilustrar estos pequeños relatos.

    Un fuerte abrazo a todos

    ResponderEliminar
  13. También me pareció maravilloso. El final no podría ser de otro modo más feliz, casi fallecieron los dos juntos, para no echarse de menos y no sentirse solos.

    Me gustó mucho.

    un abrazo.

    ResponderEliminar