Pedro
se encontraba agazapado detrás de las escaleras del soportal, bien acurrucado,
en parte para resguardarse del frío de esa noche de febrero, que se le estaba
metiendo en los huesos y también por el temor que tenía a que le vieran.
Ya
hacía casi media hora que se había levantado, como todas las mañanas, una vez
que escuchaba que su madre se había marchado a trabajar, a servir a la casa del
alcalde, Pedro se levantaba y se vestía con mucho cuidado de no despertar a sus
dos hermanos que dormían placidamente. No quería que ellos, ni por supuesto su
madre, se enteraran de sus andanzas nocturnas ni del motivo que le empujaba a
hacerlas.
Faltaba
poco para que amaneciera y, aunque ya hacía un rato que esperaba, él estaba
seguro de que valía la pena la recompensa de la espera.
Mientras aguardaba no pudo evitar acordarse de su padre, hacía más de nueve meses que lo habían metido preso, Pedro no estaba seguro del porqué. Algunos chavales del pueblo les decían, entre insultos, que su padre había matado a muchos buenos españoles y a muchos curas. Incluso una vez, pocos días después de llevarse la guardia civil a su padre, una señora ya mayor a la que apenas conocía de haberla visto por las calles altas del pueblo, vestida completamente de negro, con un gran crucifijo colgado del cuello y un rosario de grandes cuentas de madera entre las manos, se le acercó y mirándole profundamente a los ojos le dijo:
-
¡Tú padre se va a morir en la cárcel carcomido
por la sarna y la tuberculosis, y tú y tus hermanos os vais a condenar para
siempre entre las llamas del infierno por todo el mal que le habéis hecho a la
iglesia y a nuestra patria! – dicho esto, la mujer continuó su camino hacia las
calles de arriba, repasando entre los dedos las cuentas de su rosario.
Pedro se quedó unos minutos petrificado, sin
entender nada y sin poder reaccionar. Nunca más volvió a ver a esa mujer. En
aquel tiempo Pedro tenía nueve años.
La
realidad, según él sabía, era que su padre nunca había participado en la
guerra, tenía una ligera cojera y nunca le reclamaron para ir al frente. Pero algunos
en el pueblo si que fueron, muchos con los republicanos y algunos otros con los
nacionales.
De
vez en cuando llegaban patrullas de milicianos camino de Ciudad Real. En
algunas ocasiones solamente pasaban de largo, otras veces confiscaban gran
parte de la cosecha de trigo, así como algunos animales; conejos, pollos
y gallinas mayoritariamente, también algunos cerdos. Apenas estaban unos días y
la gente del pueblo, normalmente, continuaba con su labor diaria.
La
última vez que llegaron militares al pueblo, fueron los nacionales victoriosos,
aunque esta vez no fue una patrulla, sino lo que a Pedro le pareció un gran
ejército, muchos en el pueblo los saludaron con gran alborozo. Desde aquel día
ya nunca nada fue igual en el pueblo.
El
padre de Pedro poseía desde hacía algunos años y gracias a la herencia de su
abuelo, un par de fanegas de buena tierra de labor con un pozo de agua casi
perenne. Durante todo el tiempo que duró la contienda, acudió día tras día a
labrarlas. Estas tierras estaban lindantes con las del Sr. Tomás, gran
terrateniente y nuevo alcalde del pueblo tras terminar la guerra, que las
ambicionaba con poco éxito. El padre de Pedro se negaba a vender, no quería
nunca mas trabajar las tierras arrendadas de otro patrón.
Por
la comarca se comentaba que algunos milicianos del pueblo se habían negado a
exiliarse y vivían ocultos en la sierra. Cada vez más hacían incursiones y ya
habían tenido algunas refriegas con la guardia civil. Era un secreto a voces en
el pueblo que un tío de Pedro, hermano de su madre, era uno de los “maquis”. El
rumor creció considerablemente y varios testigos juraron haber visto a un grupo
de cinco hombres armados salir de la casa de Pedro por la noche, Al día
siguiente vino la guardia civil y se llevaron preso al padre.
En
poco más de un mes y tras un rápido consejo de guerra, lo condenaron a tres
años de cárcel por colaborar con los rojos. Desde entonces no lo había vuelto a
ver.
De
lo que Pedro si que estaba seguro era de no haber visto nunca a ningún extraño
en su casa y a su tío no lo veía desde que era muy pequeño.
Una
semana después le requisaron todas sus tierras que pasaron a ser del
ayuntamiento y cuyo alcalde, el Sr. Tomás, rápidamente escrituró a su nombre.
Más tarde y en un alarde de generosidad, según dijo, acogió en su casa como
sirvienta a la mujer del colaborador de los “maquis”.
-
No puedo consentir que ésta mujer y sus
hijos, inocentes criaturas, mueran de hambre – anunció.
Desde
aquel momento, la madre de Pedro, apenas si aparecía por casa. Salía antes de
amanecer y regresaba ya bien anochecido, todos los días menos los domingos. Esos
días acompañaba a la mujer del alcalde a misa
-
Así podrás rezar a la Virgen por la conversión de
tu marido y pedir para que ese “mal” no lo hayan heredado tus hijos – le decía
insistentemente.
Ya
por la tarde y después de servirles la comida, tenía libertad para marcharse a
casa. Le entregaban una bolsa con un puñado de garbanzos, algunas patatas, algo
de tocino, harina de almortas y cinco litros de leche, - ¡para los niños! – le
recordaban. Todos los días se llevaba a casa algunos chuscos de pan,
generalmente duro, que guardaban en una gran alacena que había junto a la
cocina. Esta siempre se encontraba cerrada con llave que guardaba la señora.
Raramente le daban algo del que sobraba ese mismo día. - ¡Son tiempos duros de
escasez! – decía – También le daban las 15 pesetas correspondientes a la
paga semanal, con la recomendación de que las economizase porque eran tiempos difíciles
y de mucha necesidad.
Cuando
llegaba a casa los niños la esperaban locos de contentos, Pedro, que era el
mayor, se encargaba de cuidar a los gemelos que con cinco años eran muy traviesos
y despiertos. Todos los días se cuidaba de calentar el guiso, generalmente a
base de patatas y berzas o garbanzos, que la noche anterior les dejaba
preparado su madre. Muchas veces, tras salir del colegio, se acercaban a
la sierra con la pequeña carretilla para recoger ramas y pequeños troncos para
el fuego. Siempre era insuficiente y la casa era muy fría, pero no disponían de
hacha ni de herramientas de trabajo, se las había llevado la guardia civil
cuando arrestaron a su padre y nunca se las devolvieron.
Las
tardes de los domingos iban al campo. Los cuatro disfrutaban mucho de esos ratos,
reían…, jugaban…, eran aquellos los momentos en que se sentían bien y en
verdadera libertad, todos juntos. Aunque casi siempre su madre acababa
llorando abrazada a sus pequeños, mientras les repetía lo mucho que los quería.
Luego
y tras pasar si era necesario por la tienda de Felipe, que siempre se portaba
bien con ellos fiándoles cuando era necesario, regresaban a casa, donde su
madre se dedicaba a zurcir la descascarillada y roída ropa que, sin duda, había
conocido tiempos mejores como demostraban los mil remiendos que tenían las dos
mudas de que disponía cada uno.
Ya por la noche, cuando
llegaba la hora de la cena, su madre siempre aprovechaba, si le daban boniatos
o bien reservaba algunas patatas, para asarlas al fuego y que junto al chusco
de pan duro que le daban todos los días, se convertía en el mejor manjar de la
semana. Lo disfrutaban tanto que incluso se quemaban los dedos por el ansia con
que se la comían.
Era la mejor manera de salir
de la rutina de las gachas de harina de almortas que cenaban todas las noches.
No podía ser de otra manera, su paga no le permitía comprar alimentos en la
tienda, y en la casa del alcalde apenas si le proporcionaban comida para pasar
la semana. Incluso la harina para hacer las gachas tenía que racionarla para
que durara roda la semana, incluso el tocino que le ponía solo alcanzaba para
los tres primeros días. En una ocasión consiguió esconder un trozo de chorizo
que se le cayó a la señora al sacar la comida de la alacena. Ese día estuvo en
un sin vivir hasta que llegó a casa. Pero esa noche pudieron añadirle el
chorizo a las gachas. Aquellas fueron las mejores que nunca comieron, las que
más disfrutaron, los cuatro sentados alrededor del caldero fueron mojando en la
sartén su correspondiente trozo de pan duro acompañado de un pedazo del chorizo
que la madre les había repartido.
Un
ruido sacó a Pedro de su ensimismamiento, como siempre que llegaba el momento
empezó a ponerse nervioso. Tenía miedo de que algún día le pillaran, y lo
mandaran con su padre a la cárcel, sabía que su madre se moriría de la pena pero
no lo podía evitar, la tentación era muy fuerte, además lo hacía sobre todo por
sus hermanos que cada día estaban más flacos.
Se
acurrucó aun más, mientras veía como se acercaba Juan el panadero, con una
carretilla llena de panes y algunos bollos y pasteles. Todas las mañanas
esperaba allí cerca del camino a que pasara su cuñado con la camioneta, éste
era el encargado de hacer el reparto por las casas de los mandos de la guardia
civil, los curas de las parroquias de los pueblos de la comarca y de los ricos
que no necesitaban cartilla de racionamiento.
Con
mucho cuidado, y mientras Juan se fumaba un cigarrillo, Pedro, muy sigilosamente,
acercó la mano y cogió tres de esos apetitosos bollos que envolvió dentro del
desgastado abrigo que previamente se había quitado, a pesar del frío que hacía.
Se fue caminando, cautelosamente de espaldas, hasta que ya estaba a una
distancia prudencial en que se giró y salió corriendo.
Juan
giró un poco la cabeza y sonrió mientras murmuraba:
-
Demonio de chico, cada día es mas torpe y
hace mas ruido – seguidamente volvió a girar la cabeza y continuó disfrutando
de su cigarrillo.
Aun nervioso y con la respiración alterada por la
carrera, Pedro llegó a casa. Rápidamente y con todo el cuidado del que era
capaz, se puso a calentar la leche como hacía todas las mañanas. Luego llamó a
sus hermanos y los tres juntos disfrutaron del delicioso desayuno.
Nunca supieron de donde salían aquellos grandes bollos
tan tiernos. Hasta que un día, muchos años más tarde en el velatorio de su
madre, Pedro se decidió a contarlo, como la anécdota del pasado que era. Los
tres hermanos rieron con gusto, aunque no pudieron evitar que aquellas risas se
entremezclaran con unas melancólicas lágrimas.
Incluso su padre, que también se encontraba allí, y que
de vez en cuando tenía momentos de lucidez, sonrió satisfecho.
Es el tema de antes, el de siempre, el del recuerdo de muchos todavía. Esta historia me he recordado a mi familia, a mi padre, a mis tíos, menudas fatigas pasaron, y con todo disdrutaban de los sabores de lo poco que comían.
ResponderEliminarFELICIDADES.
UN ABRAZO.
Hay gente buena en todas partes y en todos los tiempos.
ResponderEliminarEs un relato precioso que me ha dejado extasiada tras leerlo. Me parece que nos ha recordado a todos tiempos muy pasados pero fuente de muchos "hero@s" silenciosos y desconocidos. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMe voy emocionada. Con qué poco disfrutaban nuestros mayores. Gracias por recordarlo
ResponderEliminarUn abrazo
ANA, ésta o parecidas son historias que hemos oido muchas veces contadas por nuestros padres. Es el hecho de valorar lo que se tiene lo que da importancia a vivencias como ésta. Eso y que nunca debemos olvidar que tenemos un pasado que no se debe de volver a repetir.
ResponderEliminarUn abrazo
Mº JESÚS, desgraciadamente también había gente mala que intentaba aprovecharse del prójimo para su propio beneficio, sin importarle las consecuencias que trajera.
Un abrazo
EMEJOTA, muchas gracias, soy consciente de que es un relato que puede no dejar indiferente, porque, aunque es una historia sabida, duele cuando se vuelve a oir. De ahí recalcar, sobre todo las figuras de quien tu, acertadamente, llamas "hero@s".
Un abrazo
LISA, gracias por tu visita, me halaga mucho que te haya emocionado, porque ese es el fin último de este tipo de historias y su contexto, emocionar, pasar página pero no olvidar. Nunca.
Un abrazo
supongo que me pillas en un momento bajo (o yo que sé!) pero me has emocionado mucho (de veras). Me rio -ahora mismo estoy como una tonta, viendo borroso y moqueando... más risas, entre sorpresa y alegría).
ResponderEliminarEs una historia, esta tuya y la que sucedió hace sesenta años, penosa y lamentable. Y sobre todo, lo mucho que sufrieron tantos miles de personas sin culpa y sin razón. Mis padres también lo pasaron muy mal. Mi abuelo materno era republicano y anduvieron por muchos pueblos hasta que se instalaron en este, en el que mi madre y padre se conocieron y en el que vivo... cómo influye un determinado hecho en la determinación y decisión de tantas personas un tiempo depués?!
Me gustó mucho esta lectura, es como estudiar historia pero fuera de clase o del instituto.
un abrazo.
¡Que bella y emotiva historia, caramba! se le pone a una un nudito enla garganta que hasta el final de la historia no se aclara dejando paso a una sonrisa de alivio y de picardía.
ResponderEliminar¡Cuantas injusticias se cometen a la sombra de esas grandes excusas que son las guerras!
Te felicito por tu entrada.
Un beso.
Chico, pues que relato más bonito, más bien trabado, más emotivo...
ResponderEliminarUnamuno decía que, tras las grandes fechas, portadas y titulares de la historia, se escondían las pequeñas historias personales, las íntimas, las vividas... Una cosa sería lo que cuentan los libros, otra cómo lo vivió la gente. Unamuno, a ese concepto, lo llamó intrahistoria. Pues tu relato es un reflejo creo que bastante certero de la intrahistoria del siglo XX. Muchos, aunque no lo vivimos, nos reconocemos en él, porque también nuestras familias nos contaron la intrahistoria familiar.
Ah, y se me había olvidado, las fotos son geniales, en especial la primera.
ResponderEliminarEs precioso este relato me has emocionado.he recordado cosas contadas por mi madre que como mucha gente desgraciadamente les toco vivir y como bien dices hasta el pan duro y casi podrido les sabia a gloria.
ResponderEliminarUn abrazo
Es un relato muy bonito, muy emotivo. Estupendo José Vte, me ha encantodo.
ResponderEliminarBicos
Jose Vte...esta historia emotiva, me recuerda a esas otras parecidas que contaba mi padre...historias de épocas dificiles, de hambre de penuria, de separaciones forzadas, de miserias, de soledades...
ResponderEliminarUn relato muy bien contado que no te deja indiferente...
y esos bollos sabian mejor que todo...
ESILLEVIANA, Lo que está contado en esta historia es solo un pedacito de las muchas historias que sucedieron por culpa de unos hecho que jamás debieron de suceder. Fueron muchas las personas a las que les cambió la vida.
ResponderEliminarAcabo de terminar de ver la ceremonia de los Goya, y la triunfadora ha sido "Pa Negra", una película que trancurre en la posguerra, en Catalunya. Todo lo ocurrido en esa época y sus consecuencias, sigue estando muy presente en nuestra memoria.
Muchas gracias por tus palabras.
SUSANA, también a tí muchas gracias por tu comentario, si te ha puesto un nudo en la garganta, significa que la historia de Pedro y su familia emociona. Es lo que se merecen tanta gente que como a estos personajes les tocó vivir esos tiempos tan duros de hambre y miseria. Que sus historias lleguen a emocionarnos.
EASTRIVER, Ramon, la literatura, el cine, está lleno de intrahistorias. Las historias más pequeñas, las más insignificantes, son siempre, las más universales, porque normalmente hablan de seres humanos. Como ya he comentado antes, todos hemos oido alguna vez contar historias, parecidas a esta, a nuestos mayores. Pero por más que sepamos las consecuencias de algunos actos y decisiones, las volvemos a repetir, condenando a mucha gente a pasar mucha miseria y mucha hambre.
El mundo, hoy mismo, está lleno de claros ejemplos.
Las fotos, la primera está tomada en un pueblecito del pirineo aragonés, hace varios años durante unas vacaciones, Gistaín, está muy cerca del famoso pueblo de Plan. La segunda es el pueblo de mis padres, se llama Alhambra, y está en Ciudad Real. Está tomada, como puede apreciarse, desde el cementerio.
Un abrazo a todos
CONCHIN, ya lo se que te ha emocionado, te he visto cuando lo has leido, gracias por comentarlo aquí. Se que te ha recordado algunas historias que has oido, provocado, sobre todo, por la muerte de tu tía estos dias, protagonista de algunos de esos recuerdos.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte
DILAIDA, muchísimas gracias por tus palabras, para mi es un gran halago que esta historia os llegue a emocionar, porque aunque es inventada en su totalidad, hay mucha realidad en ella.
ResponderEliminarANNA, esos bollos, seguramente eran la mayor delicia que podían pasar nunca por la boca de un niño en una época de semejante necesidad y hambre. A mi, mi padre, también me ha contado muchas historias parecidas. De ahí el pequeño homenaje.
Repito y reitero las gracias a todos por vuestros comentarios, para mi es un honor saber que os ha emocionado.
Sin duda ha sido el relato que mas me ha costado de escribir (aunque tampoco he escrito tantos), porque enseguida se me iba la historia de madre, en varias ocasiones he tenido que dar marcha atras y empezar casi de cero. Porque me ponía muy tremendo, y eso no podía ser. Una historia de este tipo no se lo merece.
Gracias
Es precioso la manera en que lo cuentas José Vte.! En casa de mis padres, todavía de vez en cuando se cuecen unas almortas con tocino y pimentón, madre mía qué cosa mas rica! La harina de almorta, la traen mis tios o la mandan algunos familiares de mis abuelos que eran de Cuenca. También las habían pasado, también, que voy a contar.
ResponderEliminarTambién me ha gustado mucho la colaboración que entre todos hemos dado con José Luis, parece que está causando algún efecto. Eso es bueno.
Besos.
FELICITAT, muchas gracias. Mis padres son manchegos, bueno mi padre nació en Aranjuez, pero se crió en Alhambra, que es un pueblo de Ciudad Real (segunda foto del relato). Allí son muy típicas las gachas, también las migas. Ahora hace mucho tiempo que no las como, pero de niño mi madre hacía muy amenudo. Entonces no era de mis platos preferidos, pero ahora, a veces, las hecho de menos. Escribiendo este relato me he acordado mucho de entonces.
ResponderEliminarHay que seguir apoyando a José Luis, es una pequeña victoria, que puede se muy importante.
Un abrazo
Un relato muy real y emotivo.
ResponderEliminarTiempos duros para muchos. Mi madre aún sigue haciéndonos gachas de vez en cuando, aunque ahora ya aparte de la harina le echamos chorizillos y panceta.
Un saludo
noche
Gran relato, tambien aprovecho para desearle suerte a su equipo Valencia en la Champions, espero que ganen!!!
ResponderEliminareste relato, me trae recuerdos, historias contadas al calor de un fuego en el cual se estaba guisando un puchero lentamente, hechos que mi abuela iba desgrananado, de como perdieron la guerra, de la represión, del hambre, del sometimiento al terraniente, de lo poco que había, o sea que no habia nada para repartir, para calmar unos estomagos voraces, y esas cosas no se olvidan facilmente, sobre todo el glub glub de la olla embutida en la ceniza de la chimenea y esos olores que se te quedan en alguna parte de la memoria...
ResponderEliminarun abrazo
Sabes Jose Vte al leer tu relato me he acordado de las historias que me contaba mi abuelo materno, de las penurias que pasaron, de las cosas que hacían para salir adelante. Tu historia es como la vida misma por eso me ha gustado como lo has escrito.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
NOCHE, tu como buena manchega, seguro que has comido gachas en muchas ocasiones, cuando se comen por placer son muy sabrosas.
ResponderEliminarGracias y un abrazo
BORIS, gracias, también por tu apoyo al Valencia, no fue muy bien en la Champions, pero confiemos en que al final pasen la eliminatoria.
Saludos
JULIAN, los padres y abuelos nos han contado historias como ésta en muchas ocasiones, ya sean desde el punto de vista de los vencedores o de los vencidos, pero para la mayor parte de los españoles fueron años muy duros y de mucha hambre.
Un abrazo
ENCARNI, muchas gracias, si es verdad que éste relato os ha hecho recordar las historias que os contaban vuestros abuelos, significa que es una historia que tiene "alma", y no hay para mi mayor halago que el que esta historia que ha salido desde el corazón llegue a emocionar, aunque sea un poquito.
Un abrazo
Sin animo de parecer pelota, diré que me ha encantado el relato. Desconocía el talento de "El-padre-de-Irene" y tenía que verlo con mis propios ojos, pues la verdad es que la gente habla muy bien ¡y no es para menos!
ResponderEliminarSolo me queda decir que he disfrutado de este relato, porque me recuerda a las historias que me contaban mis abuelos y también porque en cierta medida, te recuerda una de las cosas más importantes de la vida y el ser humano.
Gracias por los minutos tan buenos que he pasado gracias a tu relato y un abrazo.
GABRIEL, muchas gracias, lo consideraré como "no peloteo", me alegro mucho que te haya gustado, es una historia que, aunque inventada, es muy real sobre la sociedad española de la posguerra, el hambre y la necesidad que la mayor parte de los españoles pasaron.
ResponderEliminarMe alegra mucho que hayas disfrutado con el relato. Vuestros comentarios me animan mucho.
Un fuerte abrazo