Todas las noches, a las
nueve, se repetía el mismo ceremonial, el bebé tomaba su biberón, nunca quiso
cogerse al pecho por más que su madre lo intentó, después llegaba el turno del
baño, que la niña agradecía entre ruidosos chapoteos. Una vez limpia y
perfumada con ese aroma tan característico que desprenden los bebés, la
acostaban en su cuna. Allí, se distendían un buen rato haciéndole carantoñas y
arrumacos. La niña disfrutaba de verdad con los juegos y movía con vehemencia sus
rechonchos brazos y piernas.
Estos eran, sin duda, los momentos más agradables del día.
Aquella vez, sin embargo, fue distinto. Todo
transcurría con la normalidad habitual, hasta que en algún momento, la niña, desvió
la mirada hacia el rincón de la pared que había enfrente de ella. Durante unos
segundos, se quedó quieta y con los ojos bien abiertos, como expectante. Enseguida
volvieron las risas, más fuertes y alegres si cabe. Todo parecía normal,
excepto porque daba la sensación de que, para la niña, sus padres habían
desaparecido. Los intentos de llamar su atención eran vanos. El bebé, como
hipnotizado, tenía los ojos clavados en aquel lado de la habitación. Reía y
disfrutaba como nunca, pero ajena a todo cuanto la rodeaba.
Unos minutos después, pocos, fue relajándose por si sola, las risas fueron menguando lentamente hasta que cesaron por completo. Enseguida la niña entró en un profundo y confortable sueño. Ya no se despertaría en todo el sueño.
Unos minutos después, pocos, fue relajándose por si sola, las risas fueron menguando lentamente hasta que cesaron por completo. Enseguida la niña entró en un profundo y confortable sueño. Ya no se despertaría en todo el sueño.
Éste hecho empezó a repetirse todas las noches. La
niña en un momento determinado, se olvidaba de sus padres y entraba en una
especie de ausencia donde no parecía existir nada ni nadie. Reía sin cesar y
ellos no lo podían controlar.
Durante los primeros días les hizo gracia la curiosa situación, era una anécdota más que contar de su precioso bebé, pero con el paso de los días, que se fueron convirtiendo en semanas, la anécdota fue derivando en preocupación. No sólo no cesaban los trances, si no que, en ocasiones, eran más duraderas e impetuosas. De repente se encontraron asustados, sugiriendo motivos y buscando soluciones.
Durante los primeros días les hizo gracia la curiosa situación, era una anécdota más que contar de su precioso bebé, pero con el paso de los días, que se fueron convirtiendo en semanas, la anécdota fue derivando en preocupación. No sólo no cesaban los trances, si no que, en ocasiones, eran más duraderas e impetuosas. De repente se encontraron asustados, sugiriendo motivos y buscando soluciones.
Intentaron varias, como quitar todos los elementos
decorativos de esa pared, dejarla desnuda, pero nada funcionó. Finalmente decidieron
darle la vuelta a la cuna y que la niña durmiera mirando hacia otro lado. La
reacción no pudo ser más sorprendente y
negativa. La liturgia de dormir a la niña era la misma, biberón, baño y juegos.
Ella respondió, alegre como siempre, a los arrumacos y a los mimos, pero al
poco, y como esperando algo que no llegaba, la niña fue cambiando el gesto y
terminó en un fuerte llanto cansino y prolongado.
Nada la hacía callar, ni meciéndola ni abrazándola. Sólo el puro agotamiento consiguió que finalmente se durmiera, pero no era más que una tregua temporal. Al poco se desveló y continuaron los lloros. Desde aquel momento las noches se volvieron interminables, casi en un infierno exasperante. Durante el día tampoco fue mucho mejor, lloraba casi por cualquier cosa y sin motivo aparente. De repente se había vuelto un bebé extremadamente irritable.
Nada la hacía callar, ni meciéndola ni abrazándola. Sólo el puro agotamiento consiguió que finalmente se durmiera, pero no era más que una tregua temporal. Al poco se desveló y continuaron los lloros. Desde aquel momento las noches se volvieron interminables, casi en un infierno exasperante. Durante el día tampoco fue mucho mejor, lloraba casi por cualquier cosa y sin motivo aparente. De repente se había vuelto un bebé extremadamente irritable.
Fue el pediatra quien, días después, les recomendó y
no sin cierta sorna, que volvieran a colocar la cuna en su lugar y que dejaran
de preocuparse tanto. Les confirmó que no tenían que temer por la salud del
bebé. Su hija se encontraba perfectamente.
Algo avergonzados por el baño de realidad que habían supuesto las palabras del médico, así lo hicieron. Nada más volver a casa, colocaron la cuna de nuevo en su sitio. Esa noche, sin que ninguno de ellos supiera darle explicación, todo volvió a la normalidad. Las risas tornaron y los llantos cesaron. También regresaron las alegres ausencias de la niña.
Algo avergonzados por el baño de realidad que habían supuesto las palabras del médico, así lo hicieron. Nada más volver a casa, colocaron la cuna de nuevo en su sitio. Esa noche, sin que ninguno de ellos supiera darle explicación, todo volvió a la normalidad. Las risas tornaron y los llantos cesaron. También regresaron las alegres ausencias de la niña.
Definitivamente se acostumbraron a los “vacíos” de su
hija, tanto que desde ese día se dedicaron a observarla con detenimiento, sin
preocupación, pero con mucha curiosidad. La pared estaba completamente desnuda
y pintada de un bonito color azul pastel como el resto de la habitación. En
ella no había nada que pudiera llamar la atención especialmente, pero la niña
parecía estar encantada con lo que fuese que allí imaginara. Finalmente, ese
momento también se convirtió en uno más de sus juegos cómplices, sólo que ellos
no estaban invitados, se limitaban a ser simples observadores.
Fue el día que cumplió su primer año de vida cuando dejó
de ocurrir. Lucía, como todos los días, participo en el juego familiar y al
rato se quedó dormida, sin más. Ellos se quedaron mirando, sorprendidos y sin
saber que decir. Al principio lo achacaron al cansancio de la niña por el
incesante ajetreo de personas que ese día les habían visitado por su primer cumpleaños,
pero en los días siguientes ocurrió lo mismo. La realidad fue que ya nunca más
volvió a ausentarse. Dejó de quedarse embelesada mirando ese lado de la
habitación antes de dormir.
Poco a poco, se fueron acostumbrando a lo que era la normalidad. Aun pasaron muchas semanas pendientes de sus reacciones, pero definitivamente y con el paso del tiempo, lo fueron olvidando.
Poco a poco, se fueron acostumbrando a lo que era la normalidad. Aun pasaron muchas semanas pendientes de sus reacciones, pero definitivamente y con el paso del tiempo, lo fueron olvidando.
Así fue hasta el día en que cumplió diez años. Aquella
mañana, Lucía se despertó muy alterada y con muchas ganas de contarles el
extraño sueño que había tenido esa noche. ¡Un
sueño de verdad! - dijo.
En aquel sueño, Lucía, veía su habitación, su
antigua habitación de cuando era bebe. Vio su cuna, sus muñecos y sus
balancines colgantes. También observó como, desde un rincón de la habitación, en
aquella pared donde se empeñó en que su padre instalara una estantería para
colocar sus juguetes y sus prendas más queridas, salía un hombre, que después
de darle, con mucha dulzura, las buenas noches, se acercó hasta su cama y habló
con ella.
Lucía nunca les contó lo que habló con él – ¡es nuestro secreto! – les dijo. Si que
les confesó que aquel hombre extraño era el mismo que estaba en la raída
fotografía de color sepia, del álbum de fotos de su madre. Aquel hombre del
sueño era su abuelo.
Cuando sus padres, sonriendo por las ocurrencias de
su hija se fueron, Lucía se acurrucó en aquel rincón de su habitación y volvió
a recordar lo que su abuelo le dijera en el sueño
- Los bebés
también tienen deseos – le dijo – recuerda que los sueños siempre se cumplen cuando
se desean con fuerza. De alguna manera, yo siempre velaré por ti para que así
sea.
Su abuelo ya nunca más volvió a visitarla, tampoco
volvió a aparecerse en sus sueños, pero desde entonces, cada noche mientras
vivió en aquella casa y antes de dormir, la niña miraba aquel rincón de su
habitación y musitaba un secreto buenas noches con un hilillo de voz apenas
imperceptible.
Tiempo después, Lucía sacó del álbum aquella vieja y raída fotografía y la guardó. Siempre la llevó consigo.
Tiempo después, Lucía sacó del álbum aquella vieja y raída fotografía y la guardó. Siempre la llevó consigo.
Ilustración: Irene Gacía Fuentes
Fotografía: Mª Jesús Paradela
Preciosa y entrañable entrada, los abuelos marcan a veces la vida de los nietos y su recuerdo permanece siempre. Mi entrada va también del abuelo, parece que tenemos tepepatía.
ResponderEliminarTe deseo toda la suerte del mundo en el concurso.
Un abrazo grande.
Muy muy bonita historia, José Vte.
ResponderEliminarSuerte!!
dos abrazos
Jose Vte....esas fotos que siempre se llevan consigo...me trae recuerdos...
ResponderEliminarTierna historia como es tu costumbre y ese abuelo que siempre estará cerca de la niña cuidandola y hablandose ambos con el alma.
Me gusta.
Esta historia me mantuvo en suspenso hasta el desenlace...pensé que la niña tendría una especie de autismo..que un día entraría en ese estado del cual no podría regresar...menos mal que fue solo la visita inesperada del abuelo..cosa que igual me pone los pelos de punta, pero ya menos..
ResponderEliminarExcelente cuento....bss
Buenso dias José Vicente. A mi también me ha pasado como ella, Simplemente Mirella, explica, pero al final se vé que no es tan tràgico como parecia señalar. Una historia conmoverdora. Me ha gustado. Saludos y mucha suerte
ResponderEliminarMe gustan las historias con ternura; especialmente las que nos cuentan las relaciones entre abuelos y nietos (los que me conocen bien lo saben). Me recordaste a mi abuelo, yo también lo llevo conmigo, tan profundamente que forma parte de mí y de los que me rodean. En buena medida, yo soy mi abuelo.
ResponderEliminarMuy bonito.
Un saludo y suerte.
Y seguramente esa historia haya sido cierta: dicen que nacemos sabiendo cosas que luego olvidamos. Ese abuelo solamente pudo serlo si, en sueños se apareció a sus nietos: no llegó a serlo porque se murió muy joven. Su hija mayor tenía 16 años; su hija pequeña nació un mes después de fallecer él.
ResponderEliminarTierno y hermoso.
Bonita historia, con un final, para mí, sorprendente.
ResponderEliminarSaludos.
Preciosa tu narración.
ResponderEliminarHay personas que nacen con esos dones y desgraciadamente la socialización va difuminando esas capacidades, los niños están todavía vinculados a la sabiduría primaria y por tanto no me extrañan esas percepciones.
¡Qué suerte tener un abuelo que le proteja durante toda su vida!
Besos
más tarde termino de leerte.
ResponderEliminarun abrazo
:)
Que relato más conmovedor, precioso!!!
ResponderEliminarSuerte y un abrazo
Precioso relato.
ResponderEliminarMi abuelo que tenía ocho hijos y aún tenía tiempo para hacerles fiestas a otros niños del barrio, murió sin conocer a ninguno de sus nietos. Siempre que miro su fotografía me parece que me habla...
Después de leer tu cuento no me cabe la menor duda.
Un abrazo.
infinitas gracias por acariciar nuestros sentidos y emocionar nuestros sentimientos con tus bellas letras dulce poeta, un besin de esta amiga admiradora que te desea con cariño feliz inicio de semana.
ResponderEliminarun relato tierno y eso que tiene un fantasma.
ResponderEliminarAl principio me asusté, creí que la niña tenia alguna enfermedad grave, pero me gusto eso de que pudiese ver fantasmas buenos.
Unbesazo
Sí, es una historia preciosa. También te confieso que mientras te leía pensé que aquella niña podría ser autista (no sé por qué creí esta posibilidad...), pero tu imaginación está por encima de mi mente práctica y común jajaja.
ResponderEliminarEs una historia preciosa, de veras José Vicente; te deseo mucha suerte.
:)
un abrazo
¡Qué linda historia...me ha gustado muchísimo!
ResponderEliminarme mantuvo expectante hasta el final...te felicito.
Un beso.
Un cuento muy tierno y muy bien narrado. Y la ilustración muy bonita.
ResponderEliminarUn beso
sois muy buenos y tengo que esforzarme aún más para intentar no crear cualquier texto. Además, MªJesús me está dando clases (gratuitas jaja) de ortografía...
ResponderEliminarpor tanto, me conformo con leeros. De veras, también es muy agradable. Como este relato.
un abrazo fuerte.
Hasta el final me ha tenido " en vilo" pero yo no pensaba en desaparecidos,aparecidos que solo veia la nena, sino que el aquel rincón o sitio donde dirigia la mirada se formaban formas, sombras y luces que para ella eran agradables; al quitar la cuna de alli, ya no las veia claro y lloraba.
ResponderEliminarPor spuesto que los abuelos forman/formamos parte viva de nuestros nietos y quizás algún día en mi blog hable de ellos y de su competencia.
Enhorabuena megustó lahistoria.
Saludos
Que tenga muy buen destino tu historia, ya te había dicho antes que me gusta... Lo refrendo: Me gusta mucho.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Un relato entrañable, me gusta mucho.
ResponderEliminarBicos
Uff, que preciosa manera de contarnos esta bonita historia...la he leido al golpe de los latidos de mi corazón.
ResponderEliminarLos abuelos son esos seres entrañables que recordamos de manera especial toda la vida.
Me ha gustado mucho, mucho...
Sensible, elegante y correcto. Ahora pondría el icono de vomitar arco-iris. Visualiza-lo. Y después comentemos esto:
ResponderEliminarhttp://www.lasprovincias.es/v/20110802/valencia/concejala-manises-mitad-pleno-20110802.html
Qué grande, coño.
Hola a todos, quería agradeceros los amables comentarios que le habéis dedicado al relato y dar una pequeña explicación al mismo.
ResponderEliminarSe que muchos, inicialmente, habíais pensado en una posible enfermedad de la niña, autismo o algo así, como explicación a sus ausencias.
Después de mis dos participaciones anteriores en el concurso de Paradela con historias bastante tremendas y dolientes, me apetecía hacer algo menos trágico, más llevadero por los calores veraniegos. Pero eso si, tierno y sencillo.
La realidad es que el germen de la historia está basado en un hecho real, aunque la mayor parte, incluido el "fantasma" es producto de mi calenturienta imaginación. Pero si que es verdad que una niña muy cercana a mi tuvo algunos de esos episodios de ausencia mirando una pared, y durante mucho tiempo pensamos que "algo veía" (de hecho lo seguimos pensando).
De este cuento ya publiqué, hace bastante tiempo un embrión en este mismo blog, es una de las ventajas de haber pasado casi año y medio sin que casi nadie me leyera, jejeje.
Es una historia que siempre me ha atraido mucho, por eso a sido el decidirme a reescribirlo. Si ha quedado medianamente bien, me doy por satisfecho.
Por último quería llamaros la atención sobre la ilustración. Como supongo que la mayor parte no la habréis mirado con detenimiento, quería haceros saber que, tiene una pequeña gran pista sobre la resolución del cuento.
Un fuerte abrazo a todos, que gane el mejor y muchas gracias
Tan tierno. Suerte. Beso. Poca cobertura.
ResponderEliminarMucha, mucha suerte en el concurso. Es una historia preciosa, dan ganas de abrazar a todos los abuelos que de alguna manera siempre estuvieron y están con nosotros. Un beso
ResponderEliminarUn relato repleto de ternura. Yo solo disfrute muy pocos años de un abuelo, pero jamás disfrute de su presencia. tal vez por ello aún me ha gustaddo más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Historias de fantasmas, que te dejan los pelos como escarpias, esa conexión entre el más allá y el tiempo presente por medio de un bebé, todos esos recuerdos que se amontonan en el subsconciente, esas historias de abuelos, que nunca vimos, bueno yo tuve la suerte de conocer a mis abuelos por parte de madre, y me contaron cosas increibles sobre todo de la guerra civil, cosas que me vieron ver las cosas desde otro punto de vista con tan solo 16 años, en fin que estos relatos donde se unen amor, ternura y ficción son un buen cóctel para leer en verano..
ResponderEliminarun abrazo
Hola! Excelente y hermosa entrada... Es una muy bonita historia! Ojalá ganes el premio. Yo he escuchado otra linda historia, que transcurría en diferentes hoteles en buenos aires y creo que entre las dos estará el primer premio. Saludos
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